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Columna
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Los tediosos cartógrafos del poder

Hay dos clases de personas ambiciosas en el mundo: los que quieren ser los mejores y los que buscan el poder. Unos me resultan fascinantes y los otros me aburren hasta la desesperación

Ivan Redondo Lo de Evole
Iván Redondo, exdirector del Gabinete de Pedro Sánchez, en un momento de la entrevista en 'Lo de Évole'.
Marta Peirano

Hay dos clases de personas ambiciosas en el mundo: los que quieren ser los mejores y los que buscan el poder. Me intriga la gente que no sabe distinguirlos porque a mí me sale sin esfuerzo. Unos me resultan fascinantes y los otros me aburren hasta la desesperación. Los primeros saben mucho y suelen buscar la compañía de personas que los pongan en valor. Prefieren especialistas capaces de entender las sutilezas de la disciplina, pero a menudo se conforman con civiles curiosos dispuestos a escuchar sin interrumpir. Yo vivo feliz en esa categoría. Mis fiestas favoritas están llenas de gente debatiendo sobre interfaces de audio, microbios intestinales, modelos telescópicos o infraestructuras hiperbáricas para buceadores de saturación.

Los ambiciosos de poder son distintos. Su interés en otras personas está determinado por su proximidad al objeto de su deseo. “El poder es como los bienes raíces ―decía Frank Underwood en House of Cards― ubicación, ubicación, ubicación”. El ajedrez es su metáfora favorita. Hablan sin sonrojo de comer peones, despejar torres y cortejar reinas con la esperanza de convertirse en caballos o alfiles en un mapa que actualizan constantemente en tiempo real. Nada me aterra más que encontrarme con esa clase de persona en una fiesta. Son los tediosos cartógrafos del poder.

España entera asistió estupefacta al despliegue de uno de sus ejemplares más puros cuando Iván Redondo apareció en un programa de televisión con dos piezas en el bolsillo y dijo que el presidente era la reina y servidor su peón. Nadie entendió cómo una criatura tan pomposa había sido capaz de acercarse tanto a la cumbre. Eso es porque entonces casi nadie hablaba su lenguaje cartográfico. Ahora la cartografía ha sustituido al debate político y ha infectado todos los rincones de la vida social. Hay cartógrafos por todas partes. Están arruinando mi vida social.

Antes era fácil librarse de ellos. Su prueba de corte era preguntar a qué te dedicas y bastaba con suspender su evaluación. Su tiempo, dios les bendiga, es demasiado precioso para perderlo hablando con alguien que no les sirva para avanzar sus objetivos. Desgraciadamente, las redes sociales acabaron con ese recurso. Ahora te arrinconan en cenas, congresos y conciertos, fiestas de cumpleaños y aniversarios de empresa sin creerse que seas dentista, ginecóloga o aprendiz de sumiller. Entonces te someten a su único tema de conversación: ubicación, ubicación, ubicación.

Es un juego de suma cero: tú trabajas en el mismo edificio, pero yo almuerzo con su mujer. Tú tienes su teléfono, pero yo estoy en su grupo de Telegram. Tú fuiste al colegio con su sobrino, pero yo le escuché contar esta graciosa anécdota sobre la Guerra Civil. Sospecho que es así como acaban los penes más famosos en Instagram y los planes militares en Ucrania en un canal de Minecraft en Discord. La guerra de posicionamiento sólo se acaba cuando se consolidan posiciones y no entra al trapo más gente.

Los cartógrafos piensan que todo el mundo es cartógrafo y que, si no compites con ellos, es porque no puedes. Intenta no corregir esa feliz impresión. Como decía Margaret Thatcher, tener poder es como ser una dama; si tienes que decirle a la gente que lo eres, entonces es que no.

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