_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Aeropuertos con leprosería

Los fumadores se apretaban dentro de una suerte de acuario sin agua, en una jaula con las paredes de metacrilato, no sé, en un cajón de no más de 10 metros cuadrados, construido ‘ex profeso’ para ellos

Sala de fumadores en un aeropuerto alemán.
Sala de fumadores en un aeropuerto alemán.Jeff Greenberg (Universal Images Group / Getty)

Acababa de bajarme del avión en un aeropuerto de tránsito. Aún faltaban cerca de dos horas para el vuelo siguiente. Decidí matar el rato paseando por la terminal, dedicado a la observación minuciosa de fisonomías e indumentarias, afición adquirida en la niñez que todavía me dispensa del aburrimiento. De pronto, los divisé. No eran muchos ni pocos; en todo caso, los suficientes como para poner en tela de juicio que constituyan una especie en vías de extinción. Se apretaban dentro de una suerte de acuario sin agua, en una jaula con las paredes de metacrilato, no sé, en un cajón de no más de 10 metros cuadrados, construido ex profeso para ellos. Son los fumadores, hombres y mujeres envueltos en una niebla densa que ellos mismos producen con sus bocas. Me parecieron recluidos y discriminados, a la manera de los leprosos de antaño, mientras indiferentes a su condición de prisioneros ahumados se afanaban, calada va, calada viene, con calma en apariencia deleitosa, en la progresiva consumación de su cáncer de pulmón, de tráquea, de garganta; en fin, de la modalidad patológica que se tercie en combinación con su actividad.

Atrás quedaron los años en que el profesor de Latín encendía sus Celtas sin filtro mientras los fumigados alumnos recitaban a coro las sucesivas declinaciones. O cuando en tantos hogares de aquí y de allá, el paterfamilias amarilleaba cortinas y visillos con los nubarrones pestilentes de sus puros. O cuando las gradas de los estadios de fútbol eran chimeneas multitudinarias y los autobuses urbanos, hornos fumatorios. Hasta en el consultorio del médico ha visto uno el cenicero del doctor repleto de colillas. Hoy corren otros tiempos. Ves las cajetillas con avisos de muerte e imágenes de pulmones negros y dentaduras corroídas, y no se entiende que los desdichados fumadores no vayan por la vida anunciando su presencia con una esquila.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_