Contagio
Me ha llamado la atención un individuo que observa todo el rato su móvil, como si esperara una llamada o un mensaje que no llega
He aquí unos versos de Charles Simic, el poeta estadounidense recientemente fallecido: “El miedo pasa de un hombre a otro / sin saberlo, / como una hoja pasa su estremecimiento a otra. / De repente todo el árbol está temblando / y no hay señales de viento”.
Me vienen a la memoria en el metro, donde me ha llamado la atención un individuo que observa todo el rato su móvil, como si esperara una llamada o un mensaje que no llega. Lo acaba de apagar y de encender nerviosamente para ver si al reiniciarlo se produce el milagro. Pero el aparato sigue mudo como un objeto inerte, una piedra, un billetero vacío. El hombre acude a otros rituales. Lo guarda, por ejemplo, en el bolsillo de la chaqueta con una naturalidad fingida, como si no le importara que sonara o dejara de sonar. De vez en cuando, no obstante, se lleva la mano al pecho para ver si vibra, no sea que lo haya puesto en silencio sin querer. Enseguida lo vuelve a sacar, le da la vuelta y comprueba que el sonido está activado, aunque el artefacto continúa muerto. Se lo lleva de una mano a otra, como si fuera el cadáver de un pájaro al que intentara resucitar. Luego mira hacia el techo y suspira.
Entre tanto, me he contagiado de su miedo como “una hoja pasa su estremecimiento a otra”. Quizá haya más gente en el vagón afectada por el miedo de los otros. Inicio una plegaria laica para que el teléfono dé alguna señal, pero mis oraciones no son escuchadas. En esto, suena mi propio móvil y por un momento el hombre cree que es el suyo. Su cara se transforma en un gesto de decepción al verme descolgarlo. Corto enseguida porque me quieren vender algo. Bajo en Alonso Martínez y al caminar esparzo por las calles, como un virus, el miedo del desconocido. No hay señales de viento.
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