Charles Simic, un amigo muy especial
El poeta Michael Krüger fue el primer editor de Simic en Alemania. También tradujo varios de sus libros al alemán. En este texto se despide del poeta y premio Pulitzer, fallecido esta semana

Cuando el impertinente-útil internet trajo ayer la noticia de la muerte de Charles Simic, se me cayó literalmente el alma a los pies. “This to let you know that our dear friend Charles Simic died last evening. I feel bereft”. Siento una gran pérdida, escribió Drenka Willem. Su antigua editora y buena amiga que había nacido 10 años antes que Simic, en 1928, también en el Reino de Yugoslavia. En su casa, en el Greenwich Village de Nueva York, quedábamos a menudo y coincidíamos con Bob Silver, el editor del New York Review of Book, donde Simic publicaba incontables ensayos literarios (especialmente sobre las literaturas de Centroeuropa); pero también con Saul Steinberg, el célebre dibujante de las portadas de la revista The New Yorker, que nació en Rumanía, estudió en Milán y en la Segunda Guerra Mundial, como soldado estadounidense tuvo que entrenar a combatientes maoístas; o con el poeta esloveno Tomas Salamun, a quién Simic tradujo al inglés (junto a muchos otros poetas de la antigua Yugoslavia) para Drenka: las historias de vidas que se intercambiaban durante esas cenas (normalmente había lentejas agridulces) reflejaban la antigua Centroeuropa. Andric y Kis, Hrabal y Kundera,Gombrowicz y Zagayewski, Jan Skacel y Claudio Magris estaban allí más presentes que todos los escritores estadounidenses que vivían en las casas vecinas.
Las historias de vidas que se intercambiaban durante esas cenas (normalmente había lentejas agridulces) reflejaban la antigua Centroeuropa
Pero las historias más bonitas las contaba Charles Simic que había nacido como Duslan Simic en 1938 en Belgrado y a quien le llamaron Charlie desde su llegada a EE.UU. Y especialmente las historias tristes sobre su fracasado padre que había venido a América para llegar a ser un hombre rico, las sabía relatar Charlie con tanta gracia que se nos saltaban las lágrimas. Las escribió, a petición mía, en el tomo Una mosca en la sopa (Vaso Roto Ediciones), y en la cubierta de la edición alemana aparecía una foto del padre con un auténtico cerdito bajo el brazo.
Desde el Belgrado arrasado por las bombas alemanas hasta Chicago: la hendidura que separaba las dos culturas no podía ser mayor. Simic la plasmó con asombro en sus poemas
Desde el Belgrado arrasado (por las bombas alemanas) a Chicago y más adelante hasta Nueva York para sus estudios universitarios: la hendidura que separaba las dos culturas no podía ser mayor. Simic la plasmó en sus poemas con asombro y extrañamiento. Todo ese Nueva York que marcó al incansable paseante (que sufría de insomnio), los entonces todavía existentes muros cortafuegos, los antros, los bares de jazz, los patios traseros, los indigentes, los expulsados y abandonados de la mano de dios que se dejaban embaucar por cualquier predicador. Los norteamericanos se percataron pronto de la lucidez surrealista de ese poeta. Recibió los grandes premios, el Premio Pulitzer y el Premio Wallace Stevens, y finalmente le nombraron ―cuando ya hacía tiempo era catedrático de la Universidad de New Hampshire― “poeta laureado”.
A partir de 1993 se publicaron en Alemania no sólo sus poemas sino también sus ensayos y memorias, entre otros su gran ensayo sobre el artista estadounidense Joseph Cornell, quien componía una especie de poemas tridimensionales en las cajas donde juntaba pecios de la cotidianidad à la Simic.
I feel bereft – sí, yo también siento una gran pérdida. Pues no sólo era un poeta extraordinario sino también un amigo muy especial.
Traducción de Cecilia Dreymüller
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