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ASALTO AL CONGRESO NACIONAL DE BRASIL
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Reinterpretar Brasil, del agronegocio al asalto de Brasilia

Lula llega en un momento ríspido y el resultado electoral de Bolsonaro demuestra que, el bolsonarismo, disfruta de apoyo, pero también tiene fragilidades

Una bandera brasileña se ve a través de vidrios rotos luego de los disturbios en el Palacio Planalto, en Brasilia, Brasil, el 10 de enero de 2023.
Una bandera brasileña se ve a través de vidrios rotos luego de los disturbios en el Palacio Planalto, en Brasilia, Brasil, el 10 de enero de 2023.RICARDO MORAES (REUTERS)

Hay muchos paralelismos entre la experiencia de Donald Trump en Estados Unidos y la de Jair Bolsonaro en Brasil. Las similitudes incluyen el lamentable asalto al Capitolio, en Washington, hace dos años y el de la plaza de los Tres Poderes, en Brasilia, el pasado 8 de enero. El problema es que tanta coincidencia, lejos de ayudar, complica: refuerza categorizaciones matizables, puede llevar a conclusiones precipitadas y suele favorecer ejercicios de prospectiva que se exportan, sin ponderar demasiado, al análisis de terceros países. De Brasil, en cambio, no dice mucho.

Pero Brasil es Brasil e insistir en su especificidad no equivale a negar que las credenciales de Bolsonaro nunca han sido democráticas. Es sugerir que lo sucedido, incluyendo el golpismo descarado de algunos actores, puede comprenderse mejor si se consideran otras variables. Comencemos por recordar que el presidente Lula da Silva, en su primera alocución tras los acontecimientos del día 8, apuntó con claridad hacia aquellos que pudieran haber estado detrás del asalto al Congreso, la Presidencia y el Supremo Tribunal Federal. Nombró al agronegocio y a la minería ilegal.

Se confirme o no la responsabilidad de algunos de sus exponentes, la clave de la creciente capacidad de presión de ambas actividades está en una reestructuración de la economía brasileña, iniciada después de la dictadura, que ha propiciado una progresiva reprimarización de la misma y una inserción más dependiente del país a los flujos internacionales. La globalización, y de eso también van los extremismos, tiene ganadores y perdedores y eso se nota cuando, de lo que se trata, es de redefinir el reparto del pastel, tanto dentro de cada país, como entre países.

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Decir agronegocio en el Brasil contemporáneo es hablar de un sector agrícola modernizado, en crecimiento constante y con unas ganancias estratosféricas que suelen acabar fuera del país o en actividades especulativas. Su impacto en la deforestación y en la desigualdad es considerable y además está llegando el momento en el que los grandes productores rurales han acumulado influencia como para intentar poner la capacidad industrial del país al servicio del valor agregado de su producción o para intentar imponer nuevas rutas, más competitivas, de exportación.

En paralelo, hay una sutil confrontación territorial entre el Brasil del estereotipo, con su fútbol, sus playas y su samba y un Brasil rural, con sus templos evangélicos, su música sertaneja y sus plantaciones, sobre todo, de soja (46% de la producción agraria). Hablamos de una realidad periférica que en las últimas décadas no ha dejado de crecer a ritmos superiores al 5% anual y ya pretende influir políticamente. Las regiones Sur y Centro-Oeste del país, con una extensión similar a la de México, ya tienen una población parecida a la de España y un PIB como el de Argentina.

En grandes metrópolis como São Paulo se habla poco, pero todo esto inquieta. Quizás por eso, la alianza entre Lula y sus antiguos contendientes tardó tan poco en cuajar. Su problema es que, el margen de maniobra, es reducido. El crecimiento fulgurante del Brasil rural depende de la incombustible demanda china y de los fertilizantes rusos y esos meandros nutren un circulo vicioso: a mayor desindustrialización, mayor dependencia de los mercados externos y mayores tiranteces internas. Otro tanto sucede con la minería, con la ganadería o con los biocombustibles.

Lula ha aterrizado, por tanto, en un momento ríspido. El resultado obtenido por su contrincante en las elecciones del año pasado demuestra que, el bolsonarismo, tiene apoyo. Pero, también, fragilidades: durante años, las redes sociales, las sectas evangélicas y la complicidad de algunos policías y militares, suplieron la ausencia de un partido político real. Se confió demasiado en el liderazgo carismático: mientras se trataba de salir a dar paseos con moteros o de pronunciar frases de impacto, funcionó. Pero el domingo 8 de enero, en Brasilia, algo se torció.

¿Hay un problema con las instituciones? No, pese a la espectacularidad de lo sucedido, han garantizado la alternancia y han protegido la democracia. Quedan, sin duda, zonas de sombra, como la gobernabilidad del sistema político o la ausencia de regulación del cabildeo y de las fake news, pero hay condiciones de avance. Sin embargo, el verdadero reto para Brasil sigue siendo repensar el modelo de desarrollo: ayudaría a desactivar tensiones estructurales (políticas, sociales, territoriales, económicas, ecológicas, etc.) y a reinventar su papel en el mundo.

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