El ‘besogate’
El padre pródigo haría bien en ir pensando en desfacer su entuerto si no quiere volver a casa en una caja de zinc en la panza de un avión de Estado. El próximo velorio puede ser el suyo
A la edad que tengo ahora, dejémoslo en cincuenta y tantos, mis padres se pasaron una década larga de boda en boda. Raro era el sábado en que no tenían una, si no varias, en una yincana de casorios que llenó el armario de mi madre de trajes de chaqueta irisados y la vitrina del salón de casa de miniaturas de recuerdo a cuál más horrorosa. Era una especie de quid pro quo entre pares y profanos en más leyes que las de la vida. Ellos habían convidado a la parentela y las amistades a la comilona y al óbolo de los enlaces de sus hijos y, en justa correspondencia, habían de cumplir con otros cuando eran ellos los invitados. Luego llegaron los bautizos y las comuniones de los cachorros de los contrayentes y los divorcios y segundas parejas de los extortolitos, con quienes ya no cumplieron porque bien es sabido que sin convite no hay compromiso. Desgraciadamente, mis viejos no vivieron lo suficiente para tener que afrontar el maratón de funerales en que consiste la vida social de muchos octogenarios. Mi padre habría cumplido 83 años el 8 de enero, tres días después y dos años menos que Juan Carlos I, como le gustaba remarcar cuando el hoy emérito, aparte de popularísimo y campechano, era intocable.
Y, en efecto, así anda ahora el exmonarca. Desde que huyó a Abu Dabi cinco minutos antes o después de que lo invitaran a largarse para salvarle la corona al hijo, va el hombre como alma en pena de funeral en funeral, dado que de regata en montería no le dejan. El último, el de su cuñado, Constantino de Grecia. Dejando aparte los apartes, da pena verlo menguar de año en año cada vez más encorvado, más consumido y más solo. Sí, solo. Porque, por mucho que su abnegada esposa Sofía se desviva por dárselo, al menos de cara a la galería, ha perdido su sitio y sospecho que él, por fin, lo sabe. Andan ciertos cortesanos ofuscados porque la casa real no haya difundido unas imágenes en las que se ve al rey Felipe besar a don Juan Carlos, como si eso, que un hijo adore a su padre, aunque este le haya movido el trono y quiera marcar distancias públicas, fuera algo insólito y no perfectamente compatible. No estaría mal que, entre velorio y velorio, el padre pródigo pensara en desfacer su entuerto de algún modo si no quiere volver a casa desde el Golfo en una caja de zinc cubierta con la bandera de España en la panza de un avión de Estado. Por pura ley de vida, el suyo puede ser el próximo.
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