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Brasil
Columna
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El nuevo duelo entre Lula y Bolsonaro

La anunciada vuelta del expresidente a Brasil obliga al Gobierno a actuar con un plus de prudencia frente a los militares

Lula da Silva y Jair Bolsonaro, durante un debate previo a las elecciones presidenciales de octubre pasado, en São Paulo.
Lula da Silva y Jair Bolsonaro, durante un debate previo a las elecciones presidenciales de octubre pasado, en São Paulo.Sebastiao Moreira (EFE)
Juan Arias

Los últimos acontecimientos en Brasil con el tentado golpe de estado por parte de los aún fieles seguidores del ultradrechista expresidente Jair Bolsonaro, que ya ha anunciado que está para volver de su exilio de lujo en los Estados Unidos, obligan a Lula a un plus de prudencia sobretodo frente a los militares.

Es verdad que según un sondeo de Datafolha, el 93% de los brasileños condena el ataque bolsonarista a la sede de los tres poderes en Brasilia, al mismo tiempo que Lula ha recibido el apoyo de los países más importantes del mundo. Pero también es cierto que Bolsonaro, que había sido ridiculizado por su fuga al extranjero tras la victoria de su adversario Lula, se ha envalentonado con los actos golpistas en Brasilia y ya ha anunciado que está para volver al país. Más aún ha vuelto a colocar en las redes un mensaje rechazando de nuevo el resultado de las urnas, aunque enseguida volvió a eliminarlo, lo que por sí sólo supone un crimen más a los tantos que recaen sobre él.

Bolsonaro, tras los actos de terrorismo de los días pasados perpetrados mientras la cúpula militar cerraba los ojos, ha vuelto a resucitar y debe confiar en que cuenta con la connivencia de una parte de los militares que permitieron durante semanas que miles de bolsonaristas acamparan impunemente frente a los cuarteles en varias partes del país. Ello bajo la excusa apoyada por el actual ministro de Defensa, José Mucio, un conservador viejo amigo de Lula, que parece jugar con dos barajas. Ha sido él quién ha calificado de simple libertad de expresión y de protesta democrática los acampamentos frente a los cuarteles entre los que, según él mismo ha confesado, “había amigos y familiares suyos”.

¿Qué hará ahora Lula? ¿Cambiará al ministro de Defensa, como le piden algunos ministros petistas de su gobierno o seguirá confiando en él? ¿Y qué hará con Bolsonaro si regresa a Brasil y ahora, envalentonado, continuara incitando a los suyos a seguir combatiendo a las instituciones del Estado insistiendo en la idea de un golpe militar?

El nuevo gobierno de Lula podría, si Bolsonaro volviera a Brasil, juzgarle y hasta encarcelarle sobretodo si continuara, ya aquí, azuzando a sus huestes para derribar el nuevo gobierno. ¿Le conviene sin embargo eso a Lula o no le será mejor no enfrentar a esa parte del Ejército que abierta o solapadamente sigue apoyando al expresidente que tantas prebendas le dio durante su gobierno?

La pregunta está en el aire y ya en el gobierno, sobretodo los ministros del PT, el partido de Lula, empujan para que Bolsonaro pueda primero ser considerado inelegible y si es el caso juzgarlo y condenarlo. En la polémica ha entrado hasta el popular escritor Paolo Coelho, que ha escrito a Lula pidiéndole que no entre en un enfrentamiento frontal con Bolsonaro ya que aún cuenta con el apoyo suficiente para envenenar a una parte de la sociedad, entre la que se encuentran importantes empresarios de ultraderechas que bajo cuerda financian y apoyan las ínfulas golpistas de los extremistas fascistas.

Por ahora, Lula a quién le han reforzado las medidas de protección personal, prefiere gobernar y mejorar al país sobretodo en el campo económico y favorecer a los más pobres que entrar en una nueva guerra ideológica contra Bolsonaro, en realidad un derrotado en las urnas y a quien los militares, sobretodo los que cuentan con mayor poder y prestigio, aún no lo apoyan por lo menos abiertamente.

Al mismo tiempo, en el nuevo gobierno se prefiere, antes de tomar medidas extremas, esperar la vuelta de Bolsonaro y observar si va a continuar alimentando sus ínfulas golpistas e impugnando el resultado de la elecciones que dio la victoria a Lula o si se conformará con la actual derrota a la espera de poder representarse a las elecciones en 2026 para lo que, eso sí, va a necesitar de algún modo, abierta o solapadamente, mantener vivo el fuego de la subversión y los ataques a las instituciones del Estado.

Lula es un viejo especialista de la política y sabe no dejarse arrastrar ni siquiera por los arrobos de algunos de los suyos que le empujan a actuar más drásticamente contra la ultraderecha fortaleciendo al mismo tiempo a la parte más conservadora de su gobierno que le permitió ganar las elecciones.

Hay incluso quien piensa que Lula actúa también en esta difícil partida de ajedrez con los ojos puestos no tanto en una posible reelección, que ya ha descartado, sino en conseguir el gran sueño de su vida y de su carrera: el conquistar el Nobel de la Paz. Para ello, sin embargo, sabe muy bien que lo que necesita es conseguir mantener viva la democracia, reconciliar a los brasileños, mejorar la vida de los millones de pobres y evitar nuevos ataques a las instituciones del Estado.

Todo ello le supone un difícil y complejo equilibrio que deberá saber usar incluso frente al ardor guerrero de algunos de los ministros de su propio partido.

Se podría decir que ahora, a partir del intento terrorista de la extrema derecha, el papel mediador de Lula se hace más delicado y hasta peligroso que nunca y va a necesitar dar lo mejor de sí mismo y de su gran experiencia y talento político frente a las embestidas feroces del bolsonarismo que con el regreso del jefe podrían recrudecerse.

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