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Tribuna
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No es tanto pedir

Hannah Arendt hablaba del pensamiento como la capacidad de diferenciar el bien del mal, de crear una ética. Debemos ayudar a traducir el mundo a la primera generación que recibirá el legado de la Shoah sin supervivientes

Dos hombres visitan 'La Sala de los Nombres' del Memorial del Holocausto Yad Vashem en Jerusalén, Israel.
Dos hombres visitan 'La Sala de los Nombres' del Memorial del Holocausto Yad Vashem en Jerusalén, Israel.ABIR SULTAN (EFE)

Convendrán conmigo en que la filósofa política Hannah Arendt puede ser todo menos ingenua. Difícilmente podríamos considerar “buenista” a la pensadora que desarrolló el concepto de la banalidad del mal y que, además de una despierta inteligencia y un carácter que sus compañeros tildaron de arrogante, fue lo suficientemente valiente como para defender unas reflexiones poco complacientes tras asistir al juicio de uno de los mayores criminales de la historia. Esto a pesar del dolor que sabía que podía infligir.

De hecho, el informe que escribió para la revista The New Yorker, que en 1963 transformó en libro (Eichmann en Jerusalén), le valió una avalancha de haters. Sus pares le cuestionaron el criterio, más de un compañero en la Universidad aprovechó para ponerle la zancadilla y algún amigo próximo le retiró la amistad. Sin embargo, ella no varió ni un ápice sus conclusiones.

En su trabajo planteaba las causas que pudieron propiciar la Shoah. La relación que se dio entre responsabilidad, legalidad y justicia. Quiénes y cómo colaboraron. Quiénes y cómo ofrecieron resistencia. El modo en que, no ya un individuo de forma aislada, un mindundi con ambiciones, sino un Estado entero con toda su maquinaria burocrática y judicial renunciaba a un legado moral para seguir un instinto racial y racista.

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El tiempo ha dado la razón a Arendt, por eso se la lee más que nunca, porque es una de las grandes pensadoras de uno de los más poderosos motores de la humanidad: el mal. No sorprende el origen judío de quien dio con la nueva variante de este fenómeno en constante mutación. El Génesis o el Job del Antiguo Testamento parecen inspirar, milenios después, series como The Wire y Breaking Bad. También el sentido de naufragio, desgarro y desolación que acompaña la falibilidad humana.

La Biblia es un monumento narrativo sobre el bien y el mal que desde hace siglos da que pensar. Por eso el hitlerismo hizo lo imposible por aniquilarla. A la Biblia y a todo un pueblo (el Pueblo del Libro). Todo imaginario que permitiera destilar conceptos para pensar el mundo a partir de un orden ético en vez de una jungla racial, le sobraba. La imaginación es enemiga del fascismo y del racismo. También la ética. Y la duda, como defiende la filósofa contra el odio Carolin Emcke.

El ser humano no trae el instinto moral de serie, como los coches modernos traen el GPS. Lo sucedido en Alemania demostró que la máxima del “no matarás” puede dejar de guiar incluso a la más respetable sociedad. La renuncia a pensar, la cualidad humana más definitiva, es lo que, a juicio de Arendt, creó la posibilidad de la Shoah. Ante la pregunta de si se podría volver a producir, tampoco fue complaciente: sí, porque todo paso que da la humanidad, para bien o para mal, está condenado a ser umbral del siguiente hito en su camino hacia su salvación o su destrucción.

Por eso, ella habla del pensamiento no como una suma de conocimiento, sino como la capacidad de diferenciar el bien del mal, de crear una ética, de participar con la palabra y la acción en el espacio público compartido de forma plural, es decir, entre iguales, donde cada uno es asimismo único e irremplazable.

Testigo de la Shoah, la reflexión política de Arendt reivindica el sentido de posibilidad frente al de fatalidad. Ahora que entramos en tiempos de Navidad (del latín nativitas, nacimiento) propongo pensar la vida activa y política a partir de su categoría de natalidad.

Por más que la democracia se ejercite en la desesperante estrechez de las ideologías; por más que las estrategias de ultras y populistas siembren el discurso público de nihilismo y conspiraciones para que florezca el odio, el inmovilismo y la parálisis, nuestra condición humana es capaz también de lo mejor, y podemos esperar de ella una voluntad regeneradora de cambio.

Hay eventos que pueden irrumpir y cambiar el rumbo de los acontecimientos. Epifanías de libertad capaces de dar nuevos comienzos. La revolución de una democracia surgente, por expresarlo con palabras de la filósofa Adriana Cavarero, es siempre posible. Lo estamos viendo. Está pasando ahora en Irán, donde miles de jóvenes toman las calles y cientos de mujeres ponen en riesgo sus vidas en un movimiento de protesta, liberación y lucha contra el autoritarismo.

Los jóvenes de hoy forman la primera generación que recibirá el legado de la Shoah sin supervivientes y en un mundo cada vez más complejo. Tendrán que resolver complicadísimos retos de calado moral derivados de la crisis climática, la nuclear o la migratoria. Toca ayudarles a empalabrar el mundo, ayudarles a traducir su complejidad para que los nuevos adultos que están a punto de ser puedan ocupar su lugar en la vida común, con un impulso positivo y la confianza de una perspectiva regeneradora de cambio a mejor. Sin fatalismo ni demagogia. A la vista de lo que se avecina, no es tanto pedir.

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