Duelo a balonazos
España ha creado un fútbol global, mezclando, entre otros, la elegancia de Valdano, la presión de Sacchi y el descaro de Menotti
No sé si somos el país más rico del mundo por nuestros alimentos, como asegura el anuncio, pero sí por el fútbol. El masculino, que ha triunfado en las primeras décadas de este siglo, y el femenino, que lo hará en las próximas. Y, ahora, tras ser eliminados del Mundial de Qatar, toca reivindicarlo. No porque el futbol ayude a entender la vida, pues ya andamos saturados de metáforas futbolísticas, por ejemplo en política, sino porque en este caso es la vida la que nos permite comprender el fútbol.
En comparación con otros estilos balompédicos, igualmente legítimos pero no idénticamente admirables, el nuestro es bello, democrático, global y honesto. Estéticamente, es bonito como los movimientos rápidos y sincronizados de las bandadas de pájaros o los bancos de peces. De hecho, las teorías de coordinación grupal que explican esos desplazamientos, y que se basan en reglas hermosamente simples, se pueden aplicar al tiki-taka de la selección o del Barcelona de los Xavi, Iniesta y Messi. Sencillez y sinfonía.
Es un futbol democrático. No restringido a atletas portentosos, sino abierto a todo el mundo, incluidos los más menudos, como Pedri. Nuestros héroes no son marines, sino niños y niñas de la calle. Astutos como Ulises, no invencibles como Aquiles.
Es un fútbol global. No desciende de la furia celtíbera, sino del pacífico mestizaje que, desde los años setenta, con el aterrizaje de los holandeses en Barcelona, pero también de técnicos italianos, argentinos o brasileños en otras ciudades españolas, ha experimentado nuestro fútbol. Cuesta imaginar un país en el que, durante tantos años, hayan convivido tantos entrenadores de escuelas tan distintas. Sobre la base del “fútbol total” neerlandés, España ha creado un fútbol global, mezclando, entre otros, la elegancia de Valdano, la presión de Sacchi y el descaro de Menotti.
Y es un fútbol honesto. España no puede jugar de forma cínica, buscando el resultado. Si especula, perece, como ha descubierto en varias ocasiones. Sólo vence si no se esconde.
No es un fútbol de grandes estrellas, sino de pequeños jugadores comprometidos con una gran idea. Con lo que las derrotas, como contra Marruecos, desatan fieros debates, duelos a garrotazos entre los analistas. Pero seamos pacientes. Parafraseando a Victor Hugo, no hay nada más poderoso en el fútbol que una idea a la que le llega su tiempo. @VictorLapuente
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