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El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en el Suiza-Camerún del Mundial de Qatar.
El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en el Suiza-Camerún del Mundial de Qatar.Europa Press
tribuna
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El carnaval de Infantino

Con su discurso sobre las minorías, el presidente de la FIFA permite que cualquiera pueda adulterar las reivindicaciones que no son suyas por derecho

Aurora Freijo

Gianni Infantino, presidente de la FIFA, ha afirmado, en unas declaraciones muy sentimentales, con ocasión del discurso inaugural del Mundial de Qatar, cómo se siente ante el polémico y éticamente cuestionable acontecimiento deportivo. “Hoy me siento qatarí, hoy me siento árabe, hoy me siento africano, hoy me siento gay, hoy me siento discapacitado, hoy me siento trabajador migrante”. Y pareciera que su declaración fuese universal, enarbolando la bandera de los oprimidos, de los desafortunados del mundo, con los que pareciera vaya a estar a partir de hoy. Pero sus palabras han comenzado con el adverbio “hoy”, y eso abre alguna otra perspectiva. Ese “hoy”, lejos de ser representativo del nuevo rumbo del resto de su vida, parece propio de un “hoy” de carnaval, de un día de excepción, de afirmar algo para retirarlo a la mañana siguiente, tras la resaca de los bailes y los bullicios donde se mezclan pobres y ricos. Es más un hoy de hoy, sí, pero mañana, ya no, de nunca más será este hoy, porque tras su afirmación se vuelve a la vida de privilegio una vez terminada la excepción. Nos extrañaría mucho ver al día siguiente a este abogado italosuizo, expresidente de la UEFA, seguir siendo discapacitado o trabajador inmigrante, aunque seguramente catarí siga sintiéndose, porque es más fácil estar al lado de Qatar que de los migrantes de Pakistán o India, que juegan en ese otro mundial soterrado bajo el de las luces, en el que está en juego la esclavitud, y que se ha levantado sobre los cadáveres de cientos de cuerpos sin derechos y sin voz.

Ese hoy solo es el de la excepción, la misma que nos da licencia para hacer la fiesta de la desenfrenada igualdad, la de mezclarnos, por un rato, con los que no somos ni en realidad queremos ser, porque sufren y ocupan los arrabales de la historia, la que nos da permiso para bailar con quien nunca desearíamos hacerlo, con el que es diferente, con el menos agraciado en todos los sentidos. Así somos los centroeuropeos blancos y ricos, gente condescendiente, carnavalesca, que un día al año nos igualamos con los que habitualmente no vemos, o lo hacemos un día en la vida, como es el caso de Gianni Infantino, que se ha puesto la máscara para el baile de carnaval y se ha tomado unas copas con los homosexuales, los árabes, los migrantes, los discapacitados etc. Porque él, hoy, dice, se siente otro. Resultaba extraño y difícil, con su perfecto traje azul occidental, hacerle a día de hoy trabajador inmigrante. La mascarada, la mezcla con el populacho, es, sabemos, flor de un día. A la mañana siguiente volvemos a ser quien venimos siento, instalados en nuestros nichos sociales.

Pero Gianni Infantino, además, en ese gesto de compadreo, ha logrado un poco más, un daño algo mayor: eliminar la negatividad, disolver la oposición que aquellos a los que dice asemejarse necesitan para su visibilidad y su posibilidad, sino de revolución, de respetuosa integración. Sus palabras han debilitado la de los verdaderos protagonistas al usurparla. Su aparentemente apasionada declaración, al adueñarse de un discurso ajeno, el discurso de la diferencia, ha roto el movimiento dialéctico natural, lo ha pervertido al apropiarse de la negatividad en que consiste ser en realidad un paria, tomado para sí, inapropiadamente y sin derecho para ello, la fuerza de las afueras, neutralizándola, permitiendo que cualquiera pueda adulterar las reivindicaciones que no son suyas por derecho. Hablar por los que no tienen o tiene una voz débil debe hacerse con sumo respeto, con la decencia de no acallarlos.

No dándose por satisfecho, en esas declaraciones con ocasión de la inauguración de la Copa del Mundo, Infantino nos confesó, además, haber sido discriminado y objeto de acoso por ser pelirrojo. Y un señor sentado a su lado durante sus íntimas declaraciones, al parecer su jefe de comunicación, se animó, tomó su antifaz en ese día de excepción y se proclamó gay a los cuatro vientos y ante el mundo entero. Y así, ahora ya pueden estar tranquilos todos los homosexuales de Qatar y los pelirrojos del mundo, porque los grandes hombres del fútbol han hablado por ellos.

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