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Columna
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Todo está en el cuerpo

‘Corpórea’, de Marta Sanz, hincha vientres, y no por un estado de buena esperanza, sino porque comprime el tiempo que pasa y deja su huella en nosotras, que al acabar de leer somos un poco más viejas

'El conejo despellejado' (1922), de Chaim Soutine.
'El conejo despellejado' (1922), de Chaim Soutine.

Marta Sanz expone sobre mármol, sobre camillas y camas mullidas, sobre un sofá, en un balcón, o envuelve en papel, kilos y kilos de carne. Observa la carne, la amasa, la corta, la disecciona. Amorata la carne. Se queda quieta y observa cómo se descuelga y cambia de color. “Recompone sus pedazos centrípedamente”. Amasa la carne propia y amasa la nuestra, y, con la palabra, entra en nuestros cuerpos de huesos y carne que, incluso dormidos (no os atiborréis con su último poemario, que la urgencia con la que solemos vivir no se imponga también en la lectura) sueñan con filos de navajas, bocas, orificios, con girarse hacia atrás y buscar, en el banco duro y largo de una iglesia, manos que ya no son blandas y lánguidas, que existen por sí solas, sin la necesidad de un cuerpo. Chocan los huesos, y la carne, y las lenguas se multiplican.

Corpórea (La Bella Varsovia, 2022) amputa miembros. “Mi dentro siempre ha sido mi fuera y mi espíritu, mi carne”, escribe la poeta. Lo físico afecta a la escritura. Corpórea hincha vientres, y no por un estado de buena esperanza, sino porque comprime el tiempo que pasa y deja su huella en nosotras, que al acabar de leer somos un poco más viejas. Nuestro cuerpo está más cansado, pero hay algo que (“La carne es el cuerpo. El espíritu es el cuerpo. (…) Todo está en el cuerpo. No hay sin el cuerpo. No hay.”), una vez finalizada la lectura nos hace más sólidas, más ricas, más conscientes. Vuelvo al vientre hinchado y a la imagen de un águila que respira y se mueve con la autora, pegada a su carne. Marta Sanz vincula la experiencia del ave a las maternidades (o a las no maternidades), y yo siento al animal moviéndose nervioso encima de mi tórax: sus huesecillos, su pico, sus garras arañándome los pechos. Mi vientre, que también se hinchará a medida que pasen los años, expulsó, también en un sueño, a una galga enorme. La perra se descolgó de mi cuerpo envuelta en una película viscosa y blancuza, y con sus patitas huesudas reventó la fina capa que la aislaba del mundo. De su boca salió un sonido tímido. Después parecía que en su vientre estuviera encerrada toda una vida, y el animal se esforzaba por mostrársela al mundo empujándola hacia fuera en un largo aullido.

Anoto: La pintura y la palabra. Las imágenes plásticas, con chorretones que Marta Sanz crea con la carne. Francis Bacon. Los bodegones de Soutine (la carne pellejo colgajo el olor de la carne). Artemisia Gentileschi (no tanto por la materia sino por las formas forzadas). Y le pregunto a la autora cómo se relaciona con la pintura. Responde describiendo dos pinturas con dos coños a gran escala que tiene colgadas cerca de la puerta de su habitación: uno es figurativo y pesa, la carne se descuelga; el otro es abstracto, podría ser una grieta en la pared por la que introducir la mano. El coño abstracto fue también figurativo durante un tiempo breve, quien lo pintó lo sabe: una vez construido con planos, una brocha ancha de pelo suave desplazó la materia con cuidado y el arrastrado vertical convirtió la carne en piedra. “Uno se encarniza. No puede escribir sin la fuerza del cuerpo”, escribió Marguerite Duras. Sin ella tampoco puede pintar.

Estrené mi semana hablando de la carne en la cooperativa Crisi con Marta Sanz y la acabo en el taller pintándola con mis alumnas. De nuevo Bacon, Soutine, Freud y Saville. Hemos tendido a un conejo sin piel sobre un cartón pluma blanco y lo hemos iluminado con un pequeño foco. Su carne brillaba. Antes de abordar lo que realmente nos interesaba hemos jugado con las sombras que proyectaba su cuerpo. Después hemos pintado sin ni siquiera colocar los colores en la paleta. Observando la carne, la hemos amasado con la mirada. Hemos analizado las formas del animal, la blancura rosada, las pequeñas líneas carmín riachuelos de sangre. Nos hemos encarnizado con el animal. Nos hemos enamorado del referente. Solamente puede pintarse algo si una consigue fundirse con ello.

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