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Columna
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Ayuso y el populismo

La altura del desafío que tenemos es tan grande como la mezquindad, tan manifiesta, de esa nueva derecha ultra que puede gobernar

Ayuso y el populismo / Máriam M. Bascuñán
Del Hambre
Máriam Martínez-Bascuñán

El mundo nuevo que despierta tras la covid y el crimen de Vladímir Putin precisa de un lenguaje nuevo. Pero las viejas etiquetas continúan aquí, y seguimos, por ejemplo, llamando a todo “populismo”, lo que habla de nuestras dificultades para nombrar lo que ocurre. Otro ejemplo: leo que Isabel Díaz Ayuso es populista al decir que poner un impuesto a las eléctricas es ponérselo en realidad a los consumidores. Así que releo, y lo cierto es que la formulación de la presidenta de la Comunidad de Madrid contiene esa extraña aglomeración de elementos que es ya un clásico de esta nueva derecha tan dura y en ascenso, su titiritera combinación de neoliberalismo, refuerzo de la moral tradicional —incluido el conservadurismo cristiano— y libertarismo estigmatizador del Estado, que usa para atacar con fiereza la igualdad desde su supuesta (y nefasta) defensa de la libertad. No es ya populismo, o no solo. Piensen en lo que hace el Tribunal Supremo de Estados Unidos: restaurar el orden conservador de la Arcadia feliz, las buenas familias ortodoxas y heterosexuales, con las mujeres y las minorías en su sitio, también en nombre de la libertad.

La reacción proteccionista de los gobiernos y el fortalecimiento del rol del Estado durante la pandemia no ha hecho, ni mucho menos, que la derecha se desubique ideológicamente. Lo cierto es que ha conseguido rearmarse discursivamente desde esa amalgama de elementos dispares y de extrañas contradicciones que apenas se perciben al presentarse bajo el palio santo de la defensa de la libertad. El respaldo a la autoridad y la moral tradicionales se hace desde un discurso gamberro, rebelde, a veces deliberadamente amoral e irrespetuoso. Al tiempo que critican los excesos y el relativismo de la izquierda woke, rechazan sin sonrojo las consignas de la ciencia y la razón gestionando una ciudad desde el puro negacionismo climático. Como Ayuso, otros guardianes de la tradición tampoco ven indecente que eléctricas o petroleras se beneficien de un contexto excepcional que les aporta pingües beneficios mientras se siguen pidiendo sacrificios a los más vulnerables. Su interesado negacionismo está diseñado para impedir que entendamos la urgencia de que los ingresos que se obtengan vía fiscal de estas empresas se destinen a acelerar la transición energética. También Joe Biden intenta sacar un plan de recuperación social y ecológica ligado a una necesaria reforma de la fiscalidad de las multinacionales. Son los republicanos quienes obstaculizan el camino. Pero Putin, y antes la pandemia, ofrecen también a los gobiernos de las democracias occidentales una situación que combina riesgo y oportunidad. La guerra nos muestra la tóxica dependencia de las energías fósiles, también en términos de vulnerabilidad democrática, y es posible dar una respuesta que amortigüe la inflación e impulse la agenda verde. Pero, lamentablemente, la altura del desafío que tenemos es tan grande como la mezquindad, tan manifiesta, de esa nueva derecha ultra que puede gobernar.

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