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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¡Que se caiga el mundo!

Las reglas del periodismo, como la verificación y el contraste de fuentes, no pueden alterarse por los ritmos de las redes sociales

Mujer utilizando un smartphone.
WIKO
19/05/2021
Mujer utilizando un smartphone. WIKO 19/05/2021WIKO (Europa Press)

La mensajería y el periodismo son oficios distintos. Respetables, pero diferentes. La mensajería se define como la actividad de reparto, de entrega de cosas. El periodismo es la entrega de información. Ambos oficios coinciden en aspectos muy puntuales, como el de que los dos giran alrededor del concepto de intermediación.

En la mensajería, parte del éxito consiste en que el intermediario se esfuerce al máximo por no tener contacto con lo que entrega: una carta debidamente cerrada, un paquete sin alteraciones o una comida sellada y libre de contactos. En el periodismo, por el contrario, se exige que el intermediario ejecute una serie de acciones sobre el “material” que se entrega a la sociedad.

Todos los días llegan a las redacciones (de emisoras, canales, diarios y portales) documentos, declaraciones, testimonios o audios que, antes de ser hechos públicos, deben pasar por procesos de verificación, contraste o sustentación, mucho más cuando comprometen la honra de personas, el buen nombre de funcionarios o la reputación de empresas.

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Solo el cotejo, la confirmación y la prueba rigurosa permiten que se haga la publicación, y este proceso puede tardar horas, días, meses o, en definitiva, no llegar a un término satisfactorio. Las redes, en cambio, en muchos de sus matices, se acercan a lo que podría ser una “emotiva” mensajería.

La gente se acostumbró a recibir a través de ellas informaciones, documentos, imágenes o videos que, de manera exprés, se comparten sin mayor constatación de veracidad. Cuando más, se acompañan de frases como “me llegó esto y lo publico como lo recibí”, “¿qué opinan ustedes de esto?” o “¿alguien sabe si esto es verdad?”.

En las redes puede exhibirse material periodístico, pero no dictan ellas las reglas del periodismo, que son las mismas que funcionaban décadas antes de que las redes nacieran y que, seguramente, seguirán existiendo en el futuro. Parece una herejía decirlo, pero habrá periodismo cuando ya no exista Twitter. El periodista puede utilizar las redes para informar, pero está obligado a no dejar que le impongan patrones de conducta que contravengan el oficio.

Los directores, editores y jefes de redacción deben aplazar la información que traen los reporteros mientras se produce su verificación e, incluso, archivarla definitivamente. A los periodistas esto a veces los mortifica, porque todo el mundo quiere tener una exclusiva, pero esas decisiones se toman no solo para protegerlos a ellos y a la credibilidad de los medios, sino, en últimas, para blindar a la sociedad de las falsas noticias o de informaciones con lagunas en la verdad.

Para no ahogarse en esas lagunas, hay que entrar a ellas con precaución, seguridad y sentido común. O el periodista se ahoga en afanes. El afán, por estos días, “mata” más periodistas que el cáncer. Para plantearlo en términos digitales, como en el famoso meme: “vamo a calmarno”. Y a respetar los protocolos y tiempos que requiere el riguroso tratamiento de la información. Y si el mundo se cae alrededor de los periodistas por no publicar las cosas de inmediato, que se caiga el mundo entonces.

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