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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Orgullo y resiliencia

Los colectivos LGTBIQ+ sostienen la batalla por ampliar derechos frente a una ola reaccionaria que busca recortarlos

La fuente de Cibeles, iluminada con los colores arcoíris esta semana por las fiestas del Orgullo.
La fuente de Cibeles, iluminada con los colores arcoíris esta semana por las fiestas del Orgullo.Fernando Sánchez (Europa Press)
El País

Entre el orgullo por las conquistas sociales y el temor de una regresión. A caballo entre estas dos emociones se han celebrado este año las manifestaciones del Orgullo, que culminan hoy con una marcha multitudinaria en Madrid. El brutal retroceso que el Tribunal Supremo de Estados Unidos ha impuesto en el derecho al aborto es una señal de alerta sobre la ola reaccionaria que se extiende por diversos países, de la mano de una extrema derecha que ha colocado la guerra cultural contra el feminismo y la diversidad de género en el centro de su agenda política. Que la bandera del arcoíris no haya vuelto al balcón municipal de Madrid desde que Vox tiene capacidad de veto en ese Ayuntamiento no es una anécdota. Conforme los colectivos LGTBIQ+ avanzan en la conquista de sus derechos, crecen también las muestras de intolerancia. Ya no se trata solo de una resistencia cultural al vértigo que producen los cambios sociales, sino de la construcción de un clima de asedio a quienes los promueven que ya se ha traducido en un aumento de las agresiones homófobas y de las manifestaciones de odio en las redes sociales.

España es uno de los países que más ha avanzado en la ampliación de los derechos civiles y en la protección de los colectivos LGTBIQ+, con hitos legislativos como el reconocimiento del matrimonio igualitario en 2005, la posibilidad de que las parejas homosexuales puedan adoptar o la ley de identidad de género de 2007. Esta ampliación se completa ahora con el proyecto de la llamada ley trans, que reconoce la autodeterminación de género y permite el cambio de sexo legal a partir de los 16 años sin certificados médicos ni requisito alguno; entre los 14 y 16 con consentimiento de los tutores legales, y entre los 12 y 14 mediante autorización judicial.

El reciente informe del Consejo de Estado incide en algunas cuestiones que merecen un debate parlamentario sereno en el Congreso de los Diputados. La identidad de género es un proceso de construcción que puede tardar años en definirse y que en el caso de los niños y adolescentes con disforia de género requiere de un acompañamiento respetuoso y prudente. El paso de un sexo a otro implica en muchos casos administrar tratamientos que tienen un fuerte impacto sobre el organismo y cuyas consecuencias a largo plazo no están aún bien determinadas. El acompañamiento médico y psicológico no debe ser visto como una imposición, sino como una herramienta que puede ayudar a quienes lo necesiten para hacer el tránsito con los mínimos riesgos posibles.

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Se ha avanzado mucho desde aquella primera manifestación del Orgullo gay celebrada en Barcelona en 1977, en la que se pedía la derogación de la ley de peligrosidad social de 1970. Pero la sociedad es dinámica y, conforme se conquistan nuevos derechos, surgen nuevas realidades y nuevos retos. La lucha del movimiento LGTBIQ+ está ahora más orientada a las cuestiones de identidad y de reconocimiento. Los recelos que la ley trans ha suscitado en algunos sectores feministas deben ser superados con un debate en el que cada posición pueda expresar sus dudas y sus legítimos intereses. Pero los derechos de una minoría tan perseguida y maltratada como las personas trans nunca pueden perjudicar a la mayoría. Toda la sociedad sale ganando dándoles el reconocimiento y la protección que merecen. El peligro, si acaso, viene de las fuerzas reaccionarias que no solo pretenden frenar los avances, sino articular las condiciones políticas para un retroceso.

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