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tribuna
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El principio del fin de Boris Johnson

La victoria en la moción de censura permitirá al primer ministro mantenerse en Downing Street, pero le ha atestado un golpe político descomunal, subrayando su debilidad política y acentuando el profundo desgaste que está experimentando su partido

El primer ministro británico, Boris Johnson, en Downing Street el miércoles.
El primer ministro británico, Boris Johnson, en Downing Street el miércoles.Frank Augstein (AP)

La moción de censura se produjo tras meses de especulación y en plena resaca —política y física— del Jubileo de la reina. A lo largo del lunes, decenas de diputados tories desfilaron por Downing Street y por la Cámara de los Comunes, reunidos con un primer ministro contra las cuerdas, desesperado por mantenerse en el cargo, y sobre el cual sobrevolaban los fantasmas de Margaret Thatcher y de Theresa May. Y cuando el país despertó, Boris Johnson, como el dinosaurio de Augusto Monterroso, seguía ahí: con 211 votos a favor y 148 en contra, el primer ministro retuvo la confianza de sus diputados.

En términos históricos, el resultado de Johnson es pésimo —peor que el de Theresa May en 2018, peor que el de John Major en 1995 y poco mejor que el de Margaret Thatcher en 1990—; es probable que, en cualquier otro Gobierno de la posguerra británica, hubiera supuesto la dimisión del primer ministro. Existen tres razones, sin embargo, para pensar que podrá mantenerse en el cargo.

En primer lugar, Johnson cuenta con el inquebrantable apoyo de su Gabinete, un órgano sin el cual resulta casi imposible tumbar a un primer ministro británico. En segundo lugar, la reciente caída en desgracia del canciller Rishi Sunak —un thatcherista cuya ideología casa mal con la filosofía económica de su Gobierno— y la torpeza de la ministra de Exteriores, Liz Truss, han dejado a los tories sin un sucesor claro en torno al cual agrupar a los 148 diputados disidentes. Por último, la propia heterogeneidad de estos disidentes no hace sino fortalecer al premier. Durante los meses previos a la caída de May, apunta el analista Daniel Finkelstein, los diputados rebeldes compartían una idea política (implementar el Brexit) y un objetivo estratégico (derrocar a May). En el caso de Johnson, esta unidad no existe ni en el plano ideológico ni en el estratégico; con una oposición interna tan dividida, concluye Finkelstein, el riesgo de un nuevo intento de derrocamiento podría ser relativamente bajo.

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Y pese a ello, el resultado de la moción de censura es el peor escenario imaginable para los tories: una victoria aplastante de Johnson hubiera enterrado el debate sobre la sucesión, y su derrota hubiera puesto punto y final a su mandato. El resultado de la votación del lunes ha dejado al partido en un limbo político que amenaza con convertirse en un callejón sin salida, con un primer ministro demasiado fuerte para ser derrocado con facilidad, pero demasiado débil para liderar un Gobierno.

La primera prueba de fuego para Johnson tendrá lugar el próximo 23 de junio, cuando las circunscripciones de Wakefield y de Tiverton and Honiton acudan a las urnas tras las dimisiones de sus respectivos diputados, ambos conservadores. A escasos días de los comicios, los presagios no podrían ser peores para los tories: en Wakefield, por ejemplo, una reciente encuesta les otorgaba un 28% del voto, una caída de 19 puntos respecto a su resultado de 2019 que les situaría 20 puntos por detrás de los laboristas. Perder dos diputados no alteraría, en sí, los equilibrios políticos de la Cámara, donde los de Johnson gozan de una amplia mayoría. Sí confirmaría, sin embargo, lo que estudios demoscópicos y focus groups apuntan desde hace meses: que el electorado ha dejado de reírle las gracias al primer ministro; que muchos de los votantes que supo atraer en 2019 se han cansado de él; y que el partido está perdiendo apoyo tanto en el norte de Inglaterra, donde el laborismo se está recuperando, como en el sur, donde los liberales amenazan con hacer un gran daño electoral a los tories. Podría ser, por lo tanto, la gota que colmara el vaso para un partido que asiste a la dilapidación del inmenso capital político obtenido en 2019.

Los problemas que sufren los tories no son, sin embargo, solo demoscópicos: más allá de sus posibles derrotas electorales, el Gobierno de Johnson se enfrenta a dos crisis más profundas —una de ideas, otra de fondo de armario—, de las cuales la moción de censura no es más que una consecuencia.

La principal crisis que atraviesa el partido es de identidad ideológica. Desde su aplastante victoria electoral en 2019, los tories no terminan de encontrar el leitmotiv de su gobierno: su plan estrella, la famosa agenda redistributiva denominada levelling up no termina de despegar; el partido no dispone de un plan para hacer frente a un nuevo intento secesionista en Escocia; y las desastrosas consecuencias económicas del Brexit están dando lugar a las primeras críticas públicas al acuerdo de retirada por parte de diputados conservadores. Los tories, en otras palabras, pueden estar acusando el desgaste de doce años de gobierno, pero también están pagando el precio de una estrategia de gobierno centrada en dos aspectos: un líder cuyo capital político se está agotando, y un tema —el Brexit— sin el poder de movilización de antaño.

La segunda crisis estructural que sufre el partido —de nuevo, una consecuencia de las acciones de su primer ministro— es de falta de fondo de armario. Tras suceder a Theresa May, Johnson inició una remodelación radical de su grupo parlamentario. Por una parte, llevó a cabo una purga de todo diputado considerado disidente, ya fuera por no haberle apoyado en las primarias o por haberse mostrado contrario a su Brexit más fundamentalista: en sucesivas crisis de gobierno, relegó o expulsó del partido a ministros históricos de las administraciones de David Cameron (Jeremy Hunt, Dominic Grieve), de Theresa May (Rory Stewart, Philip Hammond) o incluso de John Major (Kenneth Clarke, Nicholas Soames). Por otra, aprovechó su mayoría absoluta de 2019 para atraer al Parlamento a decenas de absolutos desconocidos; figuras sin experiencia política alguna y sin una ideología clara más allá de su euroescepticismo, pero que ascendieron gracias a su inquebrantable lealtad hacia el primer ministro. Tres años después, el resultado de todo ello ha sido el esperable: un Gabinete con poca experiencia de gestión, el Gobierno con menos talento político de la historia reciente del país, y un grupo parlamentario sin banquillo del que tirar para ayudar a su líder a remontar en las encuestas.

La victoria de Johnson es, por lo tanto, pírrica: permitirá al primer ministro mantenerse en Downing Street, pero le ha atestado un golpe político descomunal, subrayando su debilidad política y acentuando el profundo desgaste que está experimentando su partido. El futuro inmediato del primer ministro dependerá de muchos factores: de sus próximos resultados electorales; de que surja una alternativa clara a su liderazgo —a día de hoy, el exministro Jeremy Hunt podría ser el mejor posicionado para sucederle—; y de que sus diputados constaten, de una vez por todas, que se ha convertido en un lastre electoral. Dure lo que dure su mandato, sin embargo, sí parece claro que el líder que hace apenas un año aspiraba a superar los once años de gobierno de Thatcher no encabezará su partido en las próximas elecciones generales. Como afirma Ross Clark en The Spectator, el diario de cabecera de la derecha británica, nos podríamos encontrar, esta vez sí, ante el principio del fin de Boris Johnson.

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