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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Boris Johnson en jaque

El conservadurismo británico dirime el momento de acabar con su líder a riesgo de quedar descabezado

Un hombre con un cartel que exigía la dimisión de Johnson, el viernes frente a Downing Street, en Londres.
Un hombre con un cartel que exigía la dimisión de Johnson, el viernes frente a Downing Street, en Londres.Alberto Pezzali (AP)
El País

El Partido Conservador británico es una amalgama mal cohesionada de radicalismo antieuropeo y neoliberalismo mal entendido, pero, sobre todo, una estructura concebida para alcanzar y retener el poder con generosas dosis de oportunismo. Hoy tiene a su primer ministro en la cuerda floja. El particular sistema diseñado por el partido para poner en marcha una moción de censura interna —la misma que sufrieron en su momento Margaret Thatcher o Theresa May— requiere un total de 54 cartas que expresen la retirada de la confianza por parte de otros tantos diputados. Hasta que se alcance esa cifra mágica, el número de peticiones acumuladas se mantiene oculto. En cualquier caso, es un acto privado, dictado por el sentido práctico, y no expone abiertamente al diputado.

El único modo de intuir lo cerca que está el filo de esa espada de Damocles es prestar atención al número de representantes políticos que tienen la valentía de exigir públicamente la dimisión del líder y de anunciar que ya han entregado la carta. Y los que han dicho ante los micrófonos que Boris Johnson debe retirarse, por el bien del partido, se cuentan con los dedos de las manos. En el cálculo más optimista, apenas suman 25 las retiradas de confianza enviadas oficialmente a la dirección del grupo.

Pero eso no quiere decir que la mayoría de los conservadores respalde a Johnson. Se pudo ver la semana pasada, cuando el primer ministro compareció ante la Cámara de los Comunes para volver a dar explicaciones por el escándalo de las fiestas en Downing Street durante la pandemia. El informe de la alta funcionaria, Sue Gray, describía un bochornoso ambiente de consumo excesivo de alcohol, falta de respeto al personal de seguridad y limpieza, y, sobre todo, un incumplimiento deliberado de las normas de distanciamiento social impuestas al resto de los ciudadanos. Más de la mitad de los parlamentarios conservadores abandonaron sus escaños antes de que su primer ministro concluyera un debate que se prolongó durante más de dos horas. Fue una mezcla de bochorno y resignación. Bochorno, porque después de conocer todo lo ocurrido en dependencias gubernamentales, bajo la vigilancia de Johnson, y de ver las fotos en las que aparece el propio primer ministro copa en mano, pocos miembros de su partido tienen ganas de defenderle. Resignación, porque la negativa del primer ministro a presentar su dimisión les deja con las manos atadas. Tampoco hay un candidato claro para sustituirle, con lo que el partido corre el riesgo de perder el poder a la vez que se deshace del líder. Y la mayoría de los conservadores veteranos y sólidos —muchos de ellos contrarios a la salida de la UE— fueron barridos del Parlamento en diciembre de 2019, cuando Johnson obtuvo una victoria arrolladora a lomos del Brexit y trajo con él una nueva generación de diputados.

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Con unas encuestas que expresan cada vez con mayor claridad el rechazo de una mayoría de los ciudadanos a Johnson, el sentido de la oportunidad política será el que pueda dar la vuelta a la situación interna de los conservadores, si finalmente salta el mecanismo automático de la moción de censura. Ningún diputado quiere ser el primero en levantar la daga, pero serán también muy pocos los que quieran aparecer ante su electorado como los que salvaron la carrera política del primer ministro.

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