Seriéfila
Como la historia se desliza vertiginosamente sobre sus raíles algorítmicos y yo ya estoy en otro corte de la loncha espacio-tiempo, he flipado con ‘Exit’, una serie noruega, basada en el testimonio de corredores de Bolsa de Oslo en 2019
Me perdí el apogeo de esas series que se publicitaron como relevo de calidad de un cine acomodado en fórmulas comerciales y de una literatura huérfana de personas que la lean. El otro día vi Guardianes de la galaxia y los ojos me hicieron chiribitas de placer: el perverso Ego, interpretado por Kurt Russell, se transforma en David Hasselhoff ―el del coche fantástico― en su momento de mayor maldad. Esa mujer de cara de verde. Ese mapache. Ese héroe que escucha canciones setenteras en su walkman. Ese universo formado por celdillas hexagonales que conducen de una dimensión a otra. O algo parecido. Me encanta el cine. El caso es que me perdí Los Soprano y The Wire. Lo hice a propósito porque me parecían opciones de élite frente al consumo cultural generalista, y me reventaban esos argumentos sobre la nueva narratividad que obviaban la narratividad galdosiana, dickensiana o de Mario Puzo. También me reventaban la reducción de la cultura a mera narratividad-sorpresa y pánico ante el destripamiento de los finales, y el olvido de reflexiones a lo Godard como esta de Carla Simón: “El lugar en el que colocas la cámara es una decisión filosófica”.
Como la historia se desliza vertiginosamente sobre sus raíles algorítmicos y yo ya estoy en otro corte de la loncha espacio-tiempo, lo he flipado con Exit, una serie noruega, basada en el testimonio de corredores de Bolsa oslenses en 2019. Trabajan con información privilegiada, ganan grandes cantidades de dinero, evaden capitales y segregan litros de adrenalina, cortisol y testosterona que reciclan en fiestones, indecentemente caros, desbordantes de alcohol, rayas psicotrópicas y prostitutas a las que llegan a cortar un trozo de oreja en un instante de locura. Son sociópatas con pequeños talones de Aquiles familiares y, en sus relaciones con las mujeres, aprietan ese nudo que funde metalúrgicamente capitalismo y patriarcado: mujeres florero, mujeres operadas, mujeres que van al gimnasio o a la psicoanalista, mujeres en casa, madres que son malas si no se ciñen a las exigencias de sus esposos, mujeres putas o mujeres cuya única salida es emular a los hombres, siempre desde la desventaja, en un mercado laboral delictivo, competitivo y violento. Para Jeppe, uno de los personajes, lo que hace humano a un hombre (sic), aquello que lo diferencia de un animal, es la codicia. Se explica la salvaje cara b de esa Arcadia del capitalismo social nórdico. Noruega no está en la UE, pero pertenece al Espacio Económico Europeo. Por su parte, un Costa Gavras, nonagenario y valiente, rueda también en 2019, Comportarse como adultos, una película con maravilloso remate coreográfico que narra la crisis griega, la llegada de Syriza al poder y la hostilidad de las instituciones europeas ante las propuestas económicas del ministro de Finanzas Varoufakis. Hay partidos que no pueden ganar nunca y, si ganan, no pueden gobernar ni cumplir con el mandato democrático de su pueblo en el marco de una Eurozona que olvida el concepto de solidaridad forzada y no solo quiere recuperar el dinero adeudado, sino multiplicarlo con métodos de usura. Una Europa unida no solo defiende países ante la invasión: en ocasiones los aplasta con la impiedad de esa codicia que, según los corredores de la Bolsa de Oslo, nos convierte en verdaderos seres humanos. Que el ardor guerrero no nos haga olvidar estas, sin duda mejorables, deficiencias sistémicas.
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