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Columna
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El arsenal de la democracia

Como Roosevelt en 1941 para vencer a Hitler, Biden ha lanzado un enorme paquete de ayudas a Ucrania para vencer a Putin

Guerra en Ucrania
Un helicóptero ruso derribado en la localidad de Malaya Rohan, Ucrania.Albert Garcia (EL PAÍS)
Lluís Bassets

Si Rusia deja de combatir ya no hay guerra, pero si es Ucrania la que deja de combatir, no hay Ucrania. Esta es una frase que se está escuchando con frecuencia estos días, desde la tribuna de Naciones Unidas hasta la del Congreso de Diputados. Sintetiza el carácter de esta guerra, que es optativa para Rusia y de necesidad para Ucrania. También conduce a una conclusión: sin armas para defenderse, por más determinación y disposición al sacrificio por parte de los ucranios, Ucrania dejará de existir y Putin impondrá sus condiciones para la paz. Vistos los antecedentes, (Grosni, Aleppo, Bucha, Mariupol…) será la paz de los cementerios.

Esta no es una guerra local, como algunos quisieran pintarla. No es tan solo Ucrania la que dejará de existir si vence Vladímir Putin. Los propósitos del Kremlin abarcan todo el antiguo espacio post soviético, la añorada esfera de influencia obtenida por Stalin en Yalta en 1945 al terminar la Segunda Guerra Mundial. Y van más allá. Desconocemos del todo la duración y la extensión de la guerra, pero no su trascendencia política e histórica, a la altura de las dos guerras mundiales. De la batalla del Donbás depende la existencia de Ucrania, pero también la unidad de Europa, el futuro de la OTAN y un orden internacional basado en la fuerza del derecho en vez del derecho de la fuerza.

En un planeta organizado por la ley del más fuerte sobran las instituciones internacionales y las que más, las del derecho y de la justicia que pueda condenar a los culpables de las atrocidades y matanzas de civiles. Desde Moscú y desde Pekín, el único obstáculo serio para el nuevo orden de las autocracias soberanas y las democracias iliberales no es Estados Unidos, sino la Unión Europea, potencia normativa basada en el Estado de derecho y el multilateralismo. Putin y Xi Jinping lo tienen claro: Europa para ti y Asia para mí. Y Estados Unidos que no moleste y se quede en casa, en su continente, ocupándose de sus asuntos.

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Putin creyó que Washington le dejaba la pista libre tras la precipitada retirada de Afganistán, pero la Casa Blanca, por tercera vez en la historia (1914, 1941 y ahora), ha aceptado el desafío y superado sus reflejos aislacionistas. El Congreso acaba de aprobar un colosal paquete de ayuda a Ucrania, 33.000 millones de dólares, inspirado en la Lend and Lease Act (Ley de préstamo y arriendo), el programa de ayuda de Franklin D. Roosevelt a Winston Churchill para combatir al nazismo, cuando Hitler había ocupado ya el continente y se disponía a invadir las islas británicas. Estados Unidos entró en guerra más tarde, tras el ataque japonés contra Pearl Harbour, pero aquel auxilio financiero fue decisivo para la derrota de Hitler e incluso configuró el futuro de Europa.

Fue entonces el arsenal de la democracia, expresión que también vale ahora para designar a ayuda que necesita Ucrania y necesitamos todos nosotros para no ser derrotados.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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