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La manzana

Esa mujer con el fruto en la mano, que lo sostiene como si fuera su casa y su gente, ha sido seguramente educada en una cultura de la creatividad como forma de resistencia. Sabe que es el regreso

Una familia de refugiados ucranios cruza el campamento de Medyka (Polonia).
Una familia de refugiados ucranios cruza el campamento de Medyka (Polonia).Albert Garcia
David Trueba

Hace unas semanas, un amigo me contó detalles del viaje hasta la frontera de Polonia para recoger a varias mujeres y niños ucranios y traerlos a España donde una asociación solidaria les había encontrado viviendas de acogida. Mientras conducía, a mi amigo le sorprendió que una de las mujeres hiciera todo el largo viaje con una manzana en la mano. Al principio, obviamente, pensaron que la manzana le serviría de avituallamiento en alguno de los miles de kilómetros que tenían por delante. Pero, cuando pasaron las jornadas y la mujer seguía sosteniendo la manzana en su mano, alguien se atrevió a preguntarle. La mujer explicó que la había cogido del árbol de su jardín justo antes de abandonar su casa amenazada por las bombas rusas, que no han hecho ninguna discriminación entre objetivos civiles y militares. Entonces todos repararon en que la manzana era especial, hermosa, verde, única. Adquiría de pronto ante sus ojos la entidad de un símbolo.

No es raro que a menudo nos pregunten por aquello que nos llevaríamos a una isla o lo que recogeríamos a toda prisa si tuviéramos que abandonar nuestros hogares por alguna amenaza. Este curso, en La Palma sufrimos con esas familias que cargaban en minutos sus pertenencias ante la lava del volcán. En realidad es nuestra memoria la que protege las cosas más valiosas que poseemos, por eso las enfermedades que la afectan nos resultan descorazonadoras. Mientras nos quede el hilo del recuerdo, somos capaces de afrontar el futuro, porque allá atrás radican las fuerzas, el valor y seguramente las razones de vivir.

Algunos han querido identificar las sanciones económicas a Rusia con el castigo a esa nacionalidad. No creo que haya nadie tan ignorante para no entender que los grandes artistas rusos han sido casi sin excepción las primeras víctimas de sus gobiernos, como lo son ahora con Vladímir Putin periodistas y escritores condenados a comunicarse en samizdats digitales. Poetas, pintores, cineastas, autores teatrales y pensadores han contado con todo detalle a lo largo de dos siglos la terrible peripecia de vivir bajo la persecución, el desamparo y la injusticia propinada por sus consecutivos gobiernos despóticos. Con ellos, aprendimos lo que era resistir no ya solo a las condiciones inhumanas del gulag, sino bajo la traición de los íntimos y el castigo cruel sobre los más próximos.

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Para muchos de nosotros, el Vania de Chéjov o el capítulo final de Crimen y castigo, los versos encendidos del Eugene Oneguin, las cartas de una madre en Vida y destino de Grossman o las elegías de Ajmátova son la manzana que sostenemos cuando no tenemos otra cosa. El trágico destino de muchos de los artistas rusos no evitó que fundaran también una escuela del humor que persiste incluso cuando la vida se convierte en algo invivible. Si Herzen inventó el periodismo de exilio con The Bell, Nabokov, Brodsky o Dovlatov mantuvieron la tensión de la distancia. Todo ese arte, ingenio y musicalidad sobrevivirá al tirano, porque ya han sobrevivido a otros tiempos de oscuridad. Si uno se para a pensarlo, esa mujer ucrania con la manzana en la mano, que la sostiene como si fuera su casa y su gente, ha sido seguramente educada en una cultura de la creatividad como forma de resistencia. Ella sabe que la manzana es el regreso.

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