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Ofensiva de Rusia en Ucrania
Columna
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El ‘esquizofascismo’ de Adolf Putin

Hay una operación en marcha hace años para destruir la capacidad crítica reforzando el orgullo nacional humillado desde el exterior

Guerra en Ucrania
Vladímir Putin, el viernes en el acto en Moscú para celebrar el octavo aniversario de la anexión rusa de Crimea.RAMIL SITDIKOV (AFP)
Jordi Amat

¿Cómo denominar a los fascistas más peligrosos cuando se oponen a sus enemigos estigmatizándoles como fascistas? Una posibilidad es llamarlos esquizofascistas. El concepto no es mío. El historiador Timothy Snyder lo utilizó en su ensayo El camino hacia la no libertad, de 2018. Allí lo aplicaba ya a Vladímir Putin. Es una patología ideológica que el poder político ruso propaga entre la mayoría de su población para imponer su tiranía cleptocrática y justificar ahora una guerra cuyo nombre no puede ser pronunciado. Hace años que la operación está en marcha y su pretensión ha sido configurar identidad para destruir capacidad crítica reforzando el orgullo nacional humillado contrapuesto a un fantasmagórico enemigo exterior. Una regresión cultural en toda regla. Empieza por la reescritura de los manuales escolares, pasa por la actividad de intelectuales orgánicos del régimen y llega hasta la práctica exterminación del pluralismo informativo, una dinámica de represión periodística que va del asedio legal (las acusaciones de agentes extranjeros) al encarcelamiento arbitrario (el caso Alexéi Navalni) y hasta el asesinato (no olvidar a Anna Politkóvskaya).

La tarde del viernes el esquizofascismo se desplegó en Moscú de manera total. Con el pretexto de la conmemoración de la anexión ilegal de Crimea en 2014, el Kremlin organizó un acto de masas en el gran estadio deportivo del complejo olímpico de Loujniki ―donde en 2018 se jugó la final del Mundial de fútbol (los rublos, los oligarcas, el fútbol)―. El estadio lo llenaron 80.000 personas y en sus alrededores miles de personas más seguían el desarrollo del espectáculo a través de pantallas gigantes o atentos a las intervenciones en escenarios complementarios; muchos de los asistentes, según periodistas occidentales, acudían obligados. El acto, desde un punto de vista estético, parecía un cruce entre una performance ideada por una Leni Riefenstahl kitsch y un festival de Eurovisión con exaltación militar. Los encargados de presentar a Putin llevaban cosida en la ropa una Z, el símbolo de apoyo al Ejército invasor. Y en la intervención del presidente ―el día después de proclamar “la necesaria y natural autopurificación de la sociedad”, como Hitler señalando a los judíos―, justificó la guerra como una acción para impedir un genocidio.

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Naturalmente, el festival se retransmitió por las televisiones públicas, pero un fallo cortó el discurso de Putin. De repente, los telespectadores vieron en otro escenario del mismo estadio a Oleg Gazmánov, estrella viejuna que tiene prohibida la entrada en varios países que fueron satélites soviéticos y que cantó uno de sus temas estrella: Sdelan v SSSR (“Nacido en la URSS”). Este hit de 2005 es una respuesta hortera al Born in the USA, es un canto de nostalgia por las glorias del pasado (incluidas iglesias en ruinas o trenes, Lenin y Stalin) y es una declaración imperialista que proclama la unidad de todos los países que formaron parte de la Unión Soviética. Los jóvenes con la bandera rusa pintada en los mofletes lo coreaban.

El mensaje de la canción es inequívoco: “Pueblos de la misma sangre corresponden a una patria común”, para decirlo con una cita del Mein Kampf. Es la misma idea del breve tratado histórico, paranoico, Sobre la unidad histórica de rusos y ucranios firmado por Putin. “Nuestro parentesco se ha transmitido de generación en generación. Está en los corazones y la memoria de las personas que viven en la Rusia moderna y Ucrania, en los lazos de sangre que unen a millones de nuestras familias. Juntos siempre hemos sido y seremos muchas veces más fuertes y exitosos. Porque somos un solo pueblo”. El verano de 2021 los miembros de las Fuerzas Armadas rusas recibieron el texto. Es un ejemplo perfecto, según Snyder, de historia fascista. Pero la paradoja es que esa narrativa, a través de la desinformación, parece hegemónica, proclama que los fascistas mandan en Ucrania y deben ser exterminados. El padre de un soldado ruso fallecido en combate así lo proclamó en ese acto: “Debemos terminar lo que comenzamos y liberar nuestra tierra del fascismo”. Es la mentira esquizofascista de Adolf Putin.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Ejerce la crítica literaria en 'Babelia' y coordina 'Quadern', el suplemento cultural de la edición catalana de EL PAÍS.

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