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Tribuna
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La guerra en primera persona del verbo TikTok

La invasión de Ucrania ha dado un salto narrativo y es un conflicto retransmitido por redes; el error más grave de Putin ha sido menospreciar el poder de la red social de origen chino

Un mensaje de TikTok anunciando a los usuarios en Rusia la restricción del servicio, el 8 de marzo.
Un mensaje de TikTok anunciando a los usuarios en Rusia la restricción del servicio, el 8 de marzo.DPA vía Europa Press (Europa Press)
Nuria Labari

“Mi típico día en un búnker. Mi padre dice buenos días, gordita (añadir emojis de adorables cerditos en la narración), uso una pistola caliente como secador, mi perro no entiende por qué estamos bajo tierra (visualicen un can con la mirada perdida), mi madre cocina y yo la sigo, salgo a la calle, vuelvo a casa, observo lo que Putin ha hecho con mi ciudad (y aquí aparece la protagonista, una joven de 20 años bailando entre ruinas al ritmo de Che la Luna de Louis Prima), vuelvo al búnker”. La autora de este vídeo —que suma 20 millones de visualizaciones— se llama @Valerisssh en TikTok y antes de la invasión era fotógrafa independiente en Ucrania. Hoy hace nuevo periodismo (tal vez sin saberlo) desde su canal. Porque si Vietnam fue la primera guerra televisada y la del Golfo la primera emitida en directo, la invasión de Ucrania ha dado un salto narrativo para convertirse en la primera guerra retransmitida en TikTok. ¿Y qué cambia eso? Narrativa, social y geopolíticamente hablando, lo cambia todo.

@valerisssh

It’s the most horrible trip! Thanks Russia

♬ Celebrate the Good Times - Mason

Porque poner un altavoz hacia el mundo en las manos de todas las personas que están padeciendo y combatiendo la invasión rusa obliga a cambiar el punto de vista del relato a escala internacional, modifica el sentido del periodismo de guerra y afecta a la estrategia política sobre el conflicto. La información es poder en una guerra y las redes sociales —y muy especialmente TikTok— han modificado el sentido del mismo al provocar un cambio estructural en el relato. Me atrevo a decir que el error más grave de Putin en su invasión ha sido menospreciar el poder de TikTok, tecnología de origen chino para más inri.

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Estoy segura de que Putin no pudo imaginar —ni en sus peores augurios— que el joven soldado ucranio Alex Hook se grabaría bailando con su uniforme militar para comunicar a su hija de cinco años que sigue vivo —alegre y combativo— a través de esta red. Que sigue defendiendo su país y que cuando baila, piensa en ella. El joven Hook encarna la épica de Tom Hanks en Salvar al soldado Ryan y la ternura de Roberto Benigni en La vida es bella y lo hace sin guionistas ni productores a su servicio, de tal modo que su relato apela a lo humano desde un punto de vista radical, sobre el filo de la muerte. A lo mejor por eso el vídeo donde baila Smells Like Teen Spirit de Nirvana con el resto de su tropa acumuló en apenas dos días más de 60 millones de visualizaciones.

Así las cosas, la capacidad de modificar el curso de los acontecimientos de estas personas asediadas, sin refugio ni horizonte pero con voz y un smartphone, se ha convertido en una cuestión tan relevante como estratégica. De hecho, la Casa Blanca se ha reunido con un selecto grupo de tiktokers norteamericanos para comunicarles las claves sobre los objetivos estratégicos de Estados Unidos en la región así como sobre la distribución de ayuda al pueblo ucranio o sobre cómo reaccionaría Estados Unidos ante el uso ruso de armas nucleares. Que nadie crea que TikTok es un juguete para niños con bailes, chistes y memes. Todos deberíamos recordar (hoy más que nunca) que Internet no es otra cosa que tecnología militar aplicada a la vida civil.

Pero ¿qué tiene TikTok que no tengan Twitter, Instagram o Facebook? Muy sencillo: nativos digitales. Esta es la red preferida por los jóvenes y cuenta entre sus usuarios con más hijos de Internet que de la imprenta. Y esto supone un cambio sobre la narrativa —y consecuentemente sobre la identidad— como no habíamos conocido en siglos. Y este cambio es decisivo en todas las esferas de la vida, pero muy especialmente en un conflicto armado, porque para la generación que aprendió a comunicarse en red —y por tanto de un modo más horizontal—, la verdad solo puede sostenerse sobre cierta forma de legitimidad. En cambio, sus madres y padres (no digamos ya sus abuelos), aprendimos a sostener los relatos y la verdad sobre el principio de autoridad. Y hablo aquí de la autoridad en un sentido positivo, me refiero a la autoridad intelectual, a la autoridad del conocimiento o de la Historia. La misma autoridad que llena las páginas de análisis de la prensa internacional en estos días y que se vacía de argumentos ante el horror. Me refiero a que la autoridad racional, que es necesaria para entender y recordar, ha dejado de ser suficiente (ya veremos si también necesaria) para explicar el mundo. La autoficción llegó hace años a la literatura, pero ahora ha entrado en el tuétano de la comunicación política y el periodismo de guerra.

Creo pertinente recordar que alguna vez he escrito aquí sobre la capacidad adictiva e invasiva de TikTok y que he condenado su uso en niños y adolescentes. Y lo mantengo. La potencia de esta red es inmensa, un arma tan potente que puede llegar a herir la salud mental de personas que se expresan o informan a través de ella, especialmente cuando no manejan ningún otro relato. Sin embargo, esta potencia no solo actúa contra uno, sino que también puede desplegarse contra el poder, contra la manipulación de la verdad y contra los viejos relatos hegemónicos, vengan de donde vengan. Por otro lado, es difícil defender (y confiar) en nuestro sistema de pensamiento tradicional (articulado a través de la letra impresa) a la luz de las atrocidades que cargamos sobre su magistral potencia. Si las redes conjugan la intimidad (y el narcisismo más deleznable en su peor versión), las “religiones del libro” han conjugado el principio de autoridad (y el poder más abusivo en el peor de los casos).

Así las cosas, puede que el mestizaje entre ambos relatos sea quizá lo más cerca que podemos estar de la verdad en estos días. En este sentido, Margaryta Yakovenko es un ejemplo de rigor e intimidad capaz de contar esta invasión desde una nueva narrativa que su generación ha conquistado: la de la intimidad que planta cara al poder. Me atrevo a decir incluso que ha inaugurado un nuevo reporterismo de guerra, que trabaja sobre un nuevo terrero, el digital. Yakovenko no se ha movido de Madrid, sin embargo, puede ver con sus propios ojos las entrañas de lo que pasa en Mariúpol a través de su smartphone. Internet ha modificado el sentido de la presencialidad, incluso en una guerra. Pero más allá de la geolocalización, su relato es impensable sin esa primera persona a la que su generación digital exige una nueva legitimidad a la hora de apoderarse de cualquier relato. Yakovenko habla ruso, entiende ucranio, trenza los acontecimientos con su memoria, chatea en los grupos de Telegram donde los supervivientes buscan a las víctimas y puede derramar sus recuerdos sobre cada una de las ruinas que denuncia. Así, de algún modo, sus crónicas nos recuerdan a quienes leemos más periódicos de lo que abrimos TikTok que, en esta guerra, con enorme distancia sobre cualquier otra, la historia de las personas está luchando para convertirse en el único centro de la Historia. Será una contienda dura, ya que si eso llegara a pasar, no habrá justificaciones ni revisiones sobre las que el relato de Putin pueda apoyarse. Gracias, China, por entregar TikTok al pueblo ucranio. En el fondo sabes que ayudares a defenderse es hacer lo correcto.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

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