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Columna
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El ingenio

Con cierta frustración, vivimos un tiempo en el que la gente pública parece esmerarse en enconar los problemas y envilecer la convivencia

David Trueba El País
André Ricard, en su estudio, con un testigo diseñado para los Juegos Olímpicos.MASSIMILIANO MINOCRI
David Trueba

La mayoría de los políticos confiesa que su vocación se despertó por la voluntad de resolver problemas de la sociedad. Esta loable inquietud personal requiere de ingenio, pues el ingenio es la capacidad para discurrir soluciones a problemas puntuales. Quizá el error está en variar el tiro y pretender solventar los conflictos mundiales cuando la gracia residiría en solucionar desafíos muy localizados y tangibles. Es por eso que la paz mundial y el hambre infantil se configuran como una meta inalcanzable, pero hay mucho que hacer en las oficinas del SEPE, la burocracia local y la gestión de cercanía. Por eso la semana pasada, cuando el espacio Imprescindibles de La 2 se fijó en la figura del diseñador industrial André Ricard, hubiera sido interesante que los políticos en activo se hubieran detenido a escucharle. Una dosis de inteligencia práctica nunca está de más.

Ricard, de padre francés y madre catalana, desarrolló una labor pionera a través de ingenios prácticos de enorme relevancia cotidiana. Capaz de detectar las razones que llevaban a romperse tantas botellas de cristal al escurrirse de las manos, les creó un doblez de sujeción a la altura del cuello muy práctico, al día de hoy expandido en todos los envases. También se fijó en la poca garantía de limpieza de los ceniceros planos y los ahondó para protegerlos de las ráfagas de aire y colocó un pilar central para apagar la colilla. Y a la pastilla para repeler las polillas de los roperos le fabricó un contenedor colgante que era seguro, práctico y reutilizable. Por no hablar de sus frascos de colonias que ayudaron a los líquidos transparentes a tener personalidades casi humanas. Ahora estamos acostumbrados a que los perfumes nos lleguen como personajes de cristal con sus características particulares, pero en un tiempo eran indistinguibles tarros. También a los interruptores de la luz los dotó de un acabado amable y no hosco y fue capaz de encontrarle la última vuelta de tuerca a la privacidad de un buzón. Por ahí, junto a los otros observadores geniales que dieron con la idea del bolígrafo o la fregona, se extiende toda una enseñanza sobre la manera de poner el ingenio propio al servicio del mundo.

Con cierta frustración vivimos un tiempo en el que la gente pública parece esmerarse en enconar los problemas y envilecer la convivencia. Por eso no se trataría tanto de arreglar el mundo, como cacarean envanecidos, sino para enfrentarse a muros y puertas cerradas idear los picaportes mejor engrasados que permitan el paso ágil y el desencallar de los problemas. Una de las mejores cosas que dice André Ricard en su retrato es que la venta inmediata no debe ser la guía que modifique el diseño de los objetos, pues el efecto espectacular es solo rentable al corto plazo. De lo que se trata es de generar una solución perdurable, de ahí que el botón de costura le parezca uno de los inventos más brillantes de la civilización. En ese matiz su disciplina es hermana de la política, pues los efectos inmediatos del electoralismo anulan la vocación original de un servidor público eficaz. Lo vemos estos días ante la aprobación de la reforma laboral. Un acuerdo de sindicatos y patronal que los partidos que dicen representar los intereses de sindicatos y de patronal han decidido boicotear. Un absurdo grotesco que se resume en destruir cualquier solución si no favorece tus intereses puntuales.

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