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TRIBUNA
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La tacañería de los miembros de la OMS pone en riesgo la salud

Ante un presente dominado por el reto de derrotar la pandemia es necesario aumentar las contribuciones a la organización internacional que está más preparada para combatir las amenazas sanitarias

Un puesto de vacunación en Johanesburgo, Sudáfrica, en diciembre.
Un puesto de vacunación en Johanesburgo, Sudáfrica, en diciembre.EMMANUEL CROSET (AFP)

Parece mentira, pero es cierto: en plena crisis de la covid‑19, los Estados miembros de la Organización Mundial de la Salud (OMS) todavía se preguntan si deben aumentar, y cuánto, su aportación periódica a la organización, cuya labor sigue salvando vidas.

Algunos tal vez crean que la OMS está bien financiada, pero no es así. La estructura presupuestaria actual de la OMS le dificulta cumplir la función de ser el principal organismo de salud pública internacional, ya que menos del 20% de su presupuesto procede de esas aportaciones periódicas de los Estados miembros (llamadas ”contribuciones señaladas”). El hecho de depender en gran medida de contribuciones voluntarias (de Estados miembros y otros aportantes) afecta seriamente a la capacidad de la OMS para cumplir sus funciones básicas, la expone a presiones políticas y desvía sus prioridades en favor de las preferencias de países concretos.

Es evidente la necesidad urgente de apoyar la tarea crucial de la OMS para superar la pandemia y alcanzar el objetivo de “salud para todos”, lo mismo que el liderazgo indispensable de la organización en salud pública mundial. La OMS es el mecanismo de coordinación global más importante para la preparación y la respuesta ante pandemias y otras amenazas sanitarias, y brinda a todos los países un servicio público vital. Por eso es esencial que los Estados miembros apoyen las propuestas de un grupo de trabajo de la OMS para que se reforme el sistema de financiación del organismo. Esas propuestas incluyen aumentar del 16% al 50% la proporción del presupuesto cubierta por las contribuciones señaladas.

Mejorar la cantidad y la calidad de la provisión de financiación a la OMS tiene que ser una prioridad mundial. Los Estados miembros no se cansan de recalcar la importancia de la OMS. Pero su capacidad de cumplir su mandato depende de lo bien que esté financiada. Y como señalamos en un trabajo que realizamos para el Consejo sobre la Economía de la Salud para Todos de la OMS, la financiación no es neutral: el tipo de financiación disponible afecta a la distribución y, en definitiva, el resultado de las inversiones.

Fortalecer la OMS es la inversión sanitaria más rentable. Se está hablando de propuestas (como la del Panel Independiente de Alto Nivel del G-20 sobre la Financiación de Bienes Comunes Globales para Preparación y Respuesta a Pandemias) de destinar miles de millones de dólares a la creación y financiación de nuevas instituciones sanitarias internacionales que no tienen apoyo político garantizado (sobre todo en el Sur global). No hay ninguna razón lógica para que los Estados miembros apuesten por proyectos nuevos que tal vez no reciban un alto nivel de apoyo, en vez de invertir en una organización que ya existe y que sin duda puede hacer más si se la financia como es debido.

Es simple: la OMS es la que posee un mayor potencial para la solidaridad sanitaria global. Que sus socios (los 194 Estados miembros) le den financiación fiable transformaría la cooperación sanitaria global y demostraría la eficacia de las soluciones multilaterales a los problemas internacionales.

Ha llegado la hora de pasar de las palabras a los hechos. Muchos Estados miembros llevan largo tiempo mostrándose indiferentes a la necesidad de fortalecer la OMS o invertir en salud. No tendría que haber sido así antes de la covid‑19, y no tiene que seguir siendo así después de la pandemia.

Las vacilaciones y reticencias que nos trajeron a la situación actual son muy diferentes del espíritu y la determinación de hace medio siglo, cuando la humanidad superó obstáculos en apariencia insalvables para ir a la Luna y volver. En dinero actual, la misión a la Luna del presidente John F. Kennedy costó la cifra colosal de 283.000 millones de dólares, y no había ninguna garantía de éxito. Pero al final resultó exitosa, y en el proceso catalizó innovaciones en diversos sectores, que con el tiempo dieron al mundo teléfonos con cámara, mejoras en el aislamiento térmico de los hogares y la moderna industria del software.

Dicho de otro modo, el proyecto lunar de Kennedy impulsó el dinamismo económico y el crecimiento por medio de la innovación orientada a la misión. En comparación, la propuesta de financiación actual apenas costaría a los 194 Estados miembros de la OMS 1.200 millones de dólares al año, con la certeza de fortalecer en gran medida la eficacia de la organización (creemos que en realidad tendría que ser más).

La misión del presente tiene que ser “salud para todos”. En lo inmediato, eso implica garantizar que las vacunas contra la covid‑19 estén al alcance de todo el mundo. Pero que los Estados miembros de la OMS financien una organización que ya tienen para que pueda hacer su trabajo no es una misión a la Luna, es puro sentido común: la OMS salva las vidas de sus habitantes. Ya tenemos soluciones muy económicas, prácticas y sencillas para la salud pública mundial, incluida la financiación de bienes comunes sanitarios; lo que ahora necesitamos es una pequeña parte de la ambición política que alguna vez tuvimos.

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