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Columna
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La Constitución y sus piedras llorosas

Este lunes, mientras los turistas disfruten del sol y los paisajes, yo honraré la ruta de desventuras que nos han llevado a que este día sea festivo

Piedra Llorosa, ubicada en la calle Liñán, Sevilla.
Piedra Llorosa, ubicada en la calle Liñán, Sevilla.PACO PUENTES
Lola Pons Rodríguez

El monumento más simple y conmovedor contra la pena de muerte está en Sevilla y se llama la Piedra Llorosa. En la primavera de 1857 un centenar de jóvenes sevillanos se levantaron en armas contra el Gobierno, con cierta ingenuidad desorganizada, y fueron detenidos; el presidente Ramón María Narváez mandó a un comisionado desde Madrid que no dudó en ordenar el 11 de julio de ese año el fusilamiento de los más de 80 apresados. Los sacaron del cuartel de san Laureano y los mataron. El alcalde de la ciudad, Juan José García de Vinuesa, que en vano había intercedido para frenar la ejecución de la pena capital, se volvió a la ciudad, y se sentó a llorar en la primera piedra que encontró junto a la vieja muralla. Esa es la Piedra Llorosa. Hoy es el símbolo de todo lo que hemos avanzado como sociedad al no tener pena de muerte. Según la leyenda, el alcalde se lamentó diciendo “pobre ciudad”. Es la ciudad desde la que escribo, la misma donde, tristemente, había sonado por primera vez el grito reaccionario de “vivan las caenas” en 1823 por parte de quienes estaban en contra de la Constitución de Cádiz. La historia tiene estos contrastes.

En pleno puente entre festivos, hoy Sevilla, como tantos lugares de España, se llenará de turistas nacionales. Llegados a la capital andaluza, los visitantes explorarán la ciudad efervescente y el sol embotellado en las fachadas; o los lugares cervantinos y las casas natales de Gustavo Adolfo Bécquer o Luis Cernuda; o los paisajes del río y los guiños árabes o judíos de las callejuelas. Buscarán, en fin, en la capital andaluza lo anhelado y lo prometido por esa mezcla de realidad heredada y de realidad construida que es la imagen que proyecta cualquier ciudad para el visitante. Pero este lunes que es festivo y que muchos salimos a la calle a caminar, yo quiero transitar otras rutas.

Yo honraré la ruta de desventuras que nos han llevado a que este día sea festivo porque hay una Constitución que celebrar. En esa ruta está la piedra que nos recuerda una estampa despiadada del siglo XIX, cuando aún existían fusilamientos. En ese itinerario quiero pasear por las librerías sevillanas que vendían a escondidas los ejemplares de Ruedo Ibérico editados desde Francia y censurados por el franquismo. Quiero escrutar en el Guadalquivir que se ve desde la Piedra Llorosa el agua que durante 22 años (que se dice pronto) miles de presos políticos condujeron en una obra que dio lugar al colosal canal del Bajo Guadalquivir, llamado también y con justicia “canal de los presos”. Y en esa ruta también quiero pasar por la calle gélida junto a la Giralda donde dos etarras asesinaron a Alberto Jiménez-Becerril y a Ascensión García en 1998, en plena democracia. Quiero pasear por esas calles porque hasta llegar aquí muchos se han sentado en piedras llorosas a seguir construyendo una sociedad mejor. Y yo, desde luego, no voy a quitarles mérito ni a acusarlos de tutelados o de masticadores de trágalas. Hay una parte de los derechos de los que disfruto y con los que vivo que es heredada y otra parte que es construida y de cuya consolidación participo. Y a los que han hecho posible esa parte heredada, en un día como hoy, me toca darles las gracias.

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Sobre la firma

Lola Pons Rodríguez
Filóloga e historiadora de la lengua; trabaja como catedrática en la Universidad de Sevilla. Dirige proyectos de investigación sobre paisaje lingüístico y sobre castellano antiguo; es autora de 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo'. Colabora en La SER y Canal Sur Radio.

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