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Columna
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Mutilar con anestesia

Los antropólogos del futuro estudiarán esta civilización llamada occidental y no dejará de asombrarlos el nivel de barbarie al que hemos llegado

Una mujer se somete a una operación de aumento de labios.
Una mujer se somete a una operación de aumento de labios.GENT SHKULLAKU (AFP)
Najat El Hachmi

Los antropólogos del futuro estudiarán esta civilización llamada occidental y no dejará de asombrarlos el nivel de barbarie al que hemos llegado. En los restos que queden de nosotros descubrirán que por estas latitudes se tenían costumbres tales como romper el hueso de la nariz a ciertos individuos, introducirles cánulas en nalgas y abdomen para extraerles grasa del cuerpo o que a las hembras se les cortaban las mamas para luego rellenarles con extraños objetos parecidos a balones, práctica que llegó a convertirse en ritual de paso en ciertas tribus. Cuando las niñas alcanzaban la etapa fértil y antes de que acabaran su desarrollo, ya habían sufrido perforaciones en sus senos. A las mujeres de más edad, por su parte, a menudo se les separaba la piel del rostro para recortarla y recoserla hasta convertirla en una especie de máscara. No faltaban, tampoco, procedimientos para lijar los huesos de la mandíbula o la introducción de prótesis para modificar los pómulos. No sabemos si en los restos hallados se descubrirá que por aquí la gente solía inyectarse toxinas para paralizar parte de sus movimientos faciales o que se hinchaban con ellas los labios hasta que parecían afectados por una extraña inflamación.

Las modificaciones corporales no son nada nuevo en la historia de la humanidad: se conocen los pies vendados de China, las mujeres jirafa, la mutilación genital y otras prácticas que han llevado a cabo los más distintos grupos humanos. Lo particular de esta cultura occidental es que considera salvajes y bárbaras todas las alteraciones físicas dolorosas innecesarias en otras civilizaciones, pero los tiene por avances tecnológicos en la suya propia. Porque dominan las más diversas técnicas de sedación y establecieron leyes para que las mutilaciones las practicaran expertos cirujanos en entornos asépticos, nadie pregunta por lo que en realidad supone cortar o romper cuerpos sanos. El propósito de todos estos procedimientos es estético, pero son médicos los que los llevan a cabo a cambio de sumas nada despreciables de dinero. Eso a pesar de que los profesionales de la medicina tienen un código que les obliga a “primero, no hacer daño”.

La anestesia evita que las personas se percaten de las mutilaciones que se les están realizando pero, pasado su efecto, aparece el dolor del cuerpo que grita la herida. La recuperación suele ser lenta y las intervenciones tienen efectos secundarios sobre los que nadie habla en público.

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