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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Erdogan juega con fuego

La rectificación del presidente de Turquía tras amenazar con la expulsión a 10 diplomáticos no rebaja la gravedad de su desobediencia al TEDH

Recep Tayyip Erdogan pronuncia un discurso en el Parlamento turco, el miércoles en Ankara (Turquía).
Recep Tayyip Erdogan pronuncia un discurso en el Parlamento turco, el miércoles en Ankara (Turquía).ADEM ALTAN (AFP)
El País

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha rectificado una arriesgada maniobra diplomática de graves consecuencias como era la expulsión, anunciada en público, de 10 embajadores acreditados en Ankara, entre ellos los representantes de Estados Unidos, Francia y Alemania. Habían exigido la liberación del empresario y activista Osman Kavala, detenido desde hace cuatro años, pese a que una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) ordena su excarcelación. El líder turco, en el poder desde 2014, ha tratado de utilizar la amenaza como respuesta a la presión internacional ante una inaceptable situación de vulneración de derechos humanos en su país. No es la primera vez que lo hace, pero en esta ocasión el temerario movimiento amenazaba las relaciones con los principales socios comerciales y estratégicos de Turquía.

Kavala, un empresario filántropo, involucrado en iniciativas relacionadas con la convivencia y la defensa de las minorías, fue encarcelado en 2017 acusado de estar detrás de unos disturbios en 2013. Absuelto por un tribunal —aunque el juicio deberá repetirse tras una apelación—, permaneció en prisión después de que la Fiscalía, controlada por Erdogan, le acusara de estar vinculado al fallido intento golpe de Estado de 2016, cuya represión ha conllevado el encarcelamiento, la inhabilitación o el despido de sus puestos de trabajo de miles de personas. Hace dos años que el Tribunal de Estrasburgo —cuyas resoluciones Ankara está obligada a acatar por pertenecer al Consejo de Europa— ordenó su excarcelación, sin que el régimen turco haya actuado en consecuencia. La semana pasada los representantes de 10 países firmaron una declaración exigiendo a Turquía que cumpla la sentencia, y ese ha sido el desencadenante de la brusca reacción de Erdogan. Solo logró desactivarse poco después, tras una filigrana diplomática de Washington, que, a través de Twitter y sobre el caso Kavala, se remitió a la Convención de Viena respecto a la obligación de los diplomáticos de no inmiscuirse en los asuntos internos de los Estados, Así, el presidente turco salva la cara ante su opinión pública, pero no rebaja la gravedad de su actitud.

Erdogan ha hecho del enemigo exterior una clave esencial para justificar sistemáticamente la deriva autoritaria en la que ha entrado desde hace años, pese a los riesgos que entraña esa táctica para su país. Turquía forma parte desde la Guerra Fría del bloque económico y militar occidental al que le unen lazos vitales cuyo debilitamiento tiene repercusiones dentro y fuera de sus fronteras. Por encima de esto queda pendiente la cuestión que ha generado el enfrentamiento: los derechos de Kavala siguen siendo vulnerados y tiene que ser puesto en libertad, de acuerdo con la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

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