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COLUMNA
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Telémaco ya no espera a Ulises

Defender la autoridad que nos dan el conocimiento y el tiempo vivido supone a menudo exponerse a ser juzgados como retrógrados liberticidas

Un niño monta en bicicleta junto a su padre, que va en patinete.
Un niño monta en bicicleta junto a su padre, que va en patinete.Isaac Buj (Europa Press)
Najat El Hachmi

Massimo Recalcati describía hace unos años el complejo de Telémaco. El psicoanalista italiano decía tener la consulta llena de adolescentes que expresaban quejas acerca del comportamiento de sus progenitores, del hecho de que ya no ejercieran como tales. Más bien al contrario: querían ser amigos de sus hijos, vestían igual que ellos, les copiaban los gustos y hábitos y descuidaban todas las funciones que les son propias. En el libro con el mismo título (El complejo de Telémaco, de 2014) defendía que la falta de figuras de autoridad llevaba a los menores contemporáneos a la abulia, la depresión y una angustia casi existencial.

No sé si hoy se podría seguir sosteniendo la misma tesis, si Telémaco sigue esperando que Ulises regrese para establecer el orden y la ley. Dudo mucho de que en estos momentos, por lo menos en estas latitudes, exista la conciencia de que la autoridad paterna (y materna) son necesarias para el pleno y saludable desarrollo de cualquier ser humano. Más bien asistimos a la creciente deslegitimación de las funciones parentales a pesar de que insistamos en desvincularlas del autoritarismo déspota de antaño. La diferencia entre un niño y un adulto supone, precisamente, una jerarquización en la que la razón, opinión, pensamientos y formas de ver el mundo de unos y otros no son iguales. Se diría que se ha producido una confusión, quizás interesada en algunos casos, entre el reconocimiento de esta diferencia y el sometimiento por razón de edad. No somos todos iguales y por eso tenemos leyes que establecen responsabilidades, derechos y obligaciones distintas en función de los años que hayamos cumplido.

Pero ¿quién quiere ejercer de adulto a día de hoy? Asumir las funciones que nos corresponden como padres, profesores, profesionales con nuestros conocimientos sobre la materia en la que estamos especializados es altamente impopular en una sociedad que pretende tomar por sinónimos la igualdad y la indiferenciación. Defender la autoridad que nos dan el conocimiento y el tiempo vivido supone a menudo exponerse a ser juzgados como retrógrados liberticidas. Pero la alternativa a esta incómoda tarea es la de abandonar a su suerte a quienes no tienen todavía uso de razón suficiente para tomar ciertas decisiones. Puede que tengamos que recordarle a Telémaco que aunque él no lo haya visto nunca, Ulises existe y está por volver y eso es lo mejor que puede esperar.

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