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tribuna
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Explosión social y progresismo

En ‘Con todo. De los años veloces al futuro’, Iñigo Errejón refleja una España entendida como un proceso de negociación incesante entre un orden, necesitado de consentimiento social, y sus numerosas grietas impugnadoras

El líder de Más País, Íñigo Errejón, en una sesión plenaria de la Cámara Baja.
El líder de Más País, Íñigo Errejón, en una sesión plenaria de la Cámara Baja.Eduardo Parra / Europa Press (Europa Press)
Germán Cano

¿No estamos viviendo un momento político aún demasiado marcado por nuestras inercias históricas? ¿Cómo si, a falta del peso del presente, los regresos al pasado revelaran incapacidad para pensar nuestro futuro? Encuentro bastantes signos a derecha e izquierda del tablero político, pero fue muy simbólico el protagonismo de Pablo Iglesias en la fiesta del PCE hace unas semanas. Una “vuelta a casa” previsible, respetable, pero que también limita un posible relato del ciclo 2011-2021 al relato de los hechos consumados, como si la astucia de la razón histórica hubiera aprovechado las bisoñas pasiones de la “nueva política” para regresar al hogar. El problema de toda lectura retrospectiva es que termina siendo una apología del presente efectivo, solo reconoce el pasado como su antecedente. Y debe reconocerse que el ciclo nacido en 2011 abrió en España un horizonte de expectativas donde para muchos lo importante no era volver a su casa ideológica, sino volver de otra forma.

Otro relato de aprendizaje a contrapelo de este es el que se despliega en Con todo. De los años veloces al futuro, crónica política de Inigo Errejón de este tiempo vertiginoso. Un fresco que no puede separarse, en otra escala, de lo que Gerald Brenan llamaba “el laberinto español” y de la pregunta por cómo heredar hoy una tradición progresista que no se dio por satisfecha por el desenlace democrático de la Transición. Cierto: hoy nuestro país, tras años convulsos, parece un paisaje de estratos reconocibles, donde la “nueva política” ha terminado aparentemente volviendo al cauce de los surcos históricos —derecha, izquierda— y los espectros de las escenas territoriales originarias siguen asediando. Aunque se reconozca la piel de un país políticamente tatuado de surcos profundos y epidérmicamente conmovido por marcas fugaces, ¿quién tiene la última palabra de la historia?

Aunque hay en el regreso de Errejón a nuestra historia reciente muchos motivos de interés, solo subrayo tres. En primer lugar, su interpelación a un “nosotros” insuficientemente comprendido, también por indiscutibles errores propios. Más allá del psicodrama personalista de la historia de Podemos, nos brinda una reconstrucción de los debates políticos que, por desgracia, quedaron eclipsados por diferentes causas. Aplacada la urgencia —en un político, reconoce, adicto a las campañas—, aquí también emerge un trabajo de duelo que se reclama un tiempo contemplativo para aprender de lo sufrido, duelo por la oportunidad perdida, pero, más autocríticamente, por lo perdido y no reconocido en esa yincana que fue la fase política iniciada en 2014; y, tercero, una reflexión sobre qué podría ser una organización realista de izquierdas que no aspire solo a tomar el poder, sino a educarse democráticamente con las impurezas de su país. Toda intervención con motivación hegemónica pasa por no enamorarse de la forma partido sin desdeñarla.

Hay en estas páginas un curioso pesimismo de la inteligencia —las dudas del animal político— modulado por el optimismo de la voluntad militante. Es por ello por lo que orden y tiempo son los ejes sobre los que se arma un texto lleno de prisas, frenazos y dolores de estómago. La España moderna entendida como un proceso de negociación incesante entre un orden, nacido en 1978, necesitado de consentimiento social, y sus numerosas grietas impugnadoras. Aquí el relato biográfico de un joven activista impacientemente socializado en la tradición libertaria que termina reconociendo la dimensión institucional de la experiencia latinoamericana es parte de la historia. Más importante es el análisis del moderno “orden democrático español”, de sus sucesivas crisis, de su poder de seducción en amplios sectores sociales y de cómo cierta Izquierda choca una y otra vez con ese muro desde una suerte de resurrección histórica de lo perdido.

¿Analizar toda esta historia para volver a casa o regresar a ella para comprender sus promesas truncadas entre la continuidad y lo nuevo? Ha de valorarse la reflexión sobre lo popular en Errejón como una repetición contemporánea del gesto de Gramsci en un horizonte de modernidad. No se trataba de aplicar de forma oportunista y demagógica la mercadotecnia política —mucho advenedizo hizo aquí carrera—, sino de trabajar para conformar tejido social en ese laboratorio neoliberal de desorden, atomización y despolitización. Dicho esto, me pregunto si en este caso la fuerte dependencia de un específico diagnóstico teórico acerca de las crisis también fue obstáculo para una relación más fructífera con la vida cotidiana de la sociedad civil. En otras palabras, si la eficacia del primer Podemos a la hora de politizar el malestar en términos destituyentes fue también freno para construir un orden cultural de carril largo.

Hoy, cuando el miedo español ya no mira al pasado, sino al futuro, ¿cómo articular la opción progresista por un cierto orden —el cuidado de la vida cotidiana en todas sus dimensiones (protección social, ecológica, igualdad de género)— con las cada vez más previsibles explosiones de malestar social? En el fondo este libro es también un regreso a una conversación histórica que quedó aplazada.

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