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Columna
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No hay racismo en Cataluña

La diferencia entre un racista culto y uno que no lo es está en los recursos de los que dispone el primero para defender sus postulados

Najat El Hachmi
Un hombre cruza los brazos durante una concentración antirracista en la Plaza de Sant Jaume de Barcelona.
Un hombre cruza los brazos durante una concentración antirracista en la Plaza de Sant Jaume de Barcelona.Matias Chiofalo (Europa Press)
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Nos hipnotizaba con los movimientos sinuosos de sus manos al contarnos el devenir trágico de Edipo o Fausto, al describir con entusiasmo la adoración que profesaban los trovadores a sus amadas y se mostraba fascinada por El loro de Flaubert. Yo la escuchaba con admiración en aquel primer año de carrera sentada en los bancos antiguos del edificio central de la Universidad de Barcelona. Me pareció entonces una mujer de amplia cultura, sensible y capaz de analizar las obras más importantes de la literatura universal con una mirada profunda. Tal vez proyectara sobre ella mi sed de conocimientos después de haber luchado tanto por llegar a lo que entonces suponía era la catedral del saber. Idealismo puro que también debió mencionar en alguna de sus clases mi profesora de teoría de la literatura. Se llamaba Laura Borràs y hoy es presidenta del Parlament de Cataluña. Representante, por lo tanto, de todos los catalanes del presente sea cual sea su procedencia.

Es por todo esto por lo que me entristeció profundamente saber que el jueves participaba en un homenaje a Heribert Barrera, uno de sus predecesores en el cargo que arremetió con dureza contra Cataluña por llegar cuando los que entonces nos estábamos incorporando a ella no teníamos posibilidad alguna de alzar la voz contra sus disparates. Su discurso es calcado al de cualquier ultraderecha xenófoba y centra la ciudadanía en la identidad, lo que nos lleva fácilmente a derroteros biologicistas. Yo ya me he curado un poco los pecados de juventud, me di cuenta hace tiempo de que la cultura no nos hace mejores personas y que hay tanto racismo entre las instancias más elevadas del mundo académico como en el barrio más poligonero. El clasismo difundido por quienes se tienen por mejores es lo que nos lleva a creer que son más racistas los pobres y analfabetos. Pero nada más lejos de la realidad: la diferencia entre un racista culto y uno que no lo es está en los recursos de los que dispone el primero para defender sus postulados.

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Cuando los niños catalanes (me refiero a los catalanes impuros, los hijos de la peligrosa inmigración según Barrera) vayan a visitar el Parlament para educarse como ciudadanos iguales a los demás, ¿cómo les contará la muy honorable presidenta que participara en un homenaje a quien creía que los negros eran intelectualmente inferiores? ¿Cómo justificará que no rechace abiertamente su xenofobia?

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