Franca reconciliación
La reconciliación con el pasado está bien asentada pese a los exabruptos o la pervivencia de resabios nostálgicos en sectores de la derecha
La mayoría de la población probablemente no crea que Dios habla por boca del Papa, pero sí comparte la conveniencia de escuchar lo que dice. Esta vez no ha hablado por vía de parábola pedagógica pero tampoco ha sido del todo transparente. En una entrevista en la cadena Cope, cuyo accionista mayoritario es la Conferencia Episcopal, ha vinculado el reciente conflicto político entre los gobiernos de España y Cataluña a una reconciliación insuficiente de los españoles con el siglo XX.
No es fácil descifrar el vínculo entre ambas cosas, pero quizá sea oportuno señalar cuáles sean las carencias de esa reconciliación, menos maltrecha de lo que tiende a creerse. Episodios recientes arrojan luz sobre la extendida conciencia de la gigantesca catástrofe que fue el franquismo: un pequeño pueblo de Castilla y León ha querido arbitrar una especie de referéndum para sortear el mandato de la Ley de Memoria Histórica, sin éxito. El vicepresidente Francisco Igea, de Ciudadanos, ha sabido impedir que la gestión de las emociones individuales se confunda con el cumplimiento de una ley justa y necesaria.
Pero ese no es un conflicto de reconciliación con el pasado, sino con el presente. Tras muchos años, dos gobiernos socialistas han buscado restituir la dignidad de los vencidos, impunemente vejada por la dictadura e insuficientemente defendida durante demasiados años en democracia. Hoy ya no: el presente ha devuelto el derecho a una sepultura digna a las víctimas de la pulsión vengativa de la dictadura y de la Guerra Civil. La reconciliación es franca y explícita entre españoles a partir de la ley, al margen de si cada vecino se siente más o menos conforme con ella.
Otra cosa es la asimilación profunda de la naturaleza plural de la sociedad española y las graves dificultades que la ultraderecha, y buena parte de la derecha secuestrada por ella, han tenido y siguen teniendo para identificar esa diversidad de lugares de origen y mestizaje vital y cultural. No parece que las aspiraciones del independentismo se anclen en el pasado de la dictadura, aunque sí exista una extraña dependencia emocional en un sector de la izquierda hacia las exigencias secesionistas. Es posible que la herencia más visible hoy del antifranquismo sea la asimilación de las reclamaciones independentistas como demandas de izquierdas, cuando pueden ser de izquierdas, de derechas o solo y meramente nacionalistas (y, por tanto, no exactamente progresistas). Desvincular el nacionalismo (catalán, vasco, gallego o español) de los valores de izquierdas puede ayudar a afrontar las demandas del Govern de la Generalitat, hoy de exigua mayoría independentista y tentaciones unilateralistas: estas últimas son las únicas reprobables en términos democráticos.
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