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tribuna
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Testimonios de valor

Aún se le debe al pueblo romaní europeo el reconocimiento que merecen todas las víctimas del Holocausto nazi

María Sierra
Un grupo de gitanos en una acción memorial el pasado 2 de agosto en el antiguo campo de Auschwitz II Birkenau, en Polonia, en el día de recuerdo del genocidio sinti y gitano.
Un grupo de gitanos en una acción memorial el pasado 2 de agosto en el antiguo campo de Auschwitz II Birkenau, en Polonia, en el día de recuerdo del genocidio sinti y gitano.getty

El Holocausto es un hecho histórico decisivo que aún sigue sacudiendo nuestras conciencias: lo saben los historiadores, enfrentados a la necesidad de explicar el exterminio sistemático por motivos raciales e ideológicos de millones de personas; lo saben los amantes de la historia, público ávido de los muchos productos culturales, desde el cine al ensayo, que abordan este tiempo atroz.

Asomarnos a este abismo es alucinar ante la banalidad del mal, por emplear la fórmula de Hannah Arendt, y es preguntarnos por los límites de la condición humana, como han hecho los supervivientes de los campos nazis. Las memorias de estos últimos son imprescindibles para entender realmente qué fue el Holocausto: Primo Levi, Paul Steinberg, Jean Améry, Nico Rost y tantos otros hitos de la literatura testimonial en torno a los cuales siguen gravitando buena parte de nuestras referencias morales. Por mucho que avance la investigación y por mucho que se abran nuevos archivos, la materia humana adolorida que hay en estas memorias sumerge al lector en el universo concentracionario de forma especialmente brutal y necesaria.

Estas voces, grabadas en el fuego de la palabra escrita, nos siguen interpelando. Porque los supervivientes demandan interlocución y reconocimiento: no miréis para otro lado, nos dicen, vosotros que quedasteis fuera de los campos también por razón de tiempo; aquí estamos, quienes sufrimos tortura y vimos asesinar a nuestros seres queridos; desde aquí os hablamos, para denunciar la raigambre cultural de una ideología racista que tuvo amplia aceptación social. Nunca se reconocerá lo suficiente el valor de estos testimonios. Quienes escribieron sobre su experiencia como víctimas y exploraron su dolor con tanta valentía como angustia ayudaron a construir una memoria colectiva que nos resulta preciosa hoy.

Sin embargo, apenas conocemos la existencia de memorias de supervivientes del genocidio romaní, como tampoco se suele saber que medio millón de gitanos europeos fueron víctimas directas del nazismo. El holocausto del pueblo gitano-romaní es una de las asignaturas pendientes de la historia entendida como conocimiento público. No es tanto una falta de investigación (aunque la diferencia respecto a otros holocaustos es significativa) como una grave carencia de transmisión hacia el espacio de lo público. Hay poca literatura sobre ello, el tema no se introduce en los planes de estudio escolares, ni siquiera se contempla en los programas universitarios de Historia e, incluso, muchos académicos ignoramos las dimensiones concretas de esta tragedia. En consecuencia, como es fácil de imaginar, apenas existen espacios públicos para la memoria del genocidio romaní: aunque en Alemania y otros países las asociaciones vienen exigiendo desde hace años un reconocimiento similar al debido al pueblo judío, sus logros han sido tardíos y parecen en peligro.

Así ha sucedido, por ejemplo, con el Memorial de Berlín en recuerdo de las víctimas sinti y roma del nacionalsocialismo, que, inaugurado en el año 2012 tras muchas dilaciones, ha sido recientemente amenazado por la reforma del metro urbano. Para entender la gravedad de este hecho hay que tener en cuenta que la justicia alemana denegó durante décadas el reconocimiento como víctimas del nazismo a millares de romaníes que habían sido encerrados en campos de concentración y exterminio, esterilizados, esclavizados, desposeídos de sus bienes, separados de sus familias, torturados en experimentos médicos, fusilados en matanzas colectivas o conducidos a las cámaras de gas. Según la justicia postbélica, la administración nazi simplemente habría luchado contra la delincuencia, atribuyendo así a los gitanos una criminalidad genética de manera parecida a como lo hicieron los científicos raciales de Hitler. En este punto, la falta de sensibilidad de la sociedad alemana fue y es pareja a la de otros muchos países europeos cuyas minorías romaníes fueron igualmente víctimas del nazismo.

La historia de estos supervivientes del Holocausto refleja la persistencia de un antigitanismo tradicional, que en un momento dado el nacionalsocialismo transformó en un programa genocida pero que tiene un alcance histórico considerablemente más extenso. Se trata de un racismo específicamente antigitano que sigue enquistado en la cultura europea en forma de prejuicios compartidos. Las memorias de los supervivientes romaníes del Holocausto nos ayudan a revisar nuestros estereotipos y poner rostro al sufrimiento que pueden llegar a causar. Por ello, frente al olvido que colabora con el racismo, leamos las memorias publicadas por autores sinti, gitanos alemanes y austriacos, a partir de 1985 (la fecha es expresiva del silencio impuesto por la falta de reconocimiento). Recomiendo comenzar por las pioneras, mujeres valientes como Philomena Franz y Ceija Stojka. Como afirma la primera, superviviente de Auschwitz y Ravensbrück, “todos tenemos derecho, incluso hoy, a seguir hablando de nuestro sufrimiento. Para reencontrarnos, para honrar a las víctimas y para decirles a los jóvenes: así fue y esto no debe repetirse nunca”. Sus memorias, junto a las de supervivientes judíos y otros prisioneros del fascismo constituyen el monumento-memorial del Holocausto más imperecedero y, quiero creer, más resistente a la banalización.

María Sierra es catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla.

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