Tomarse la libertad en serio
Una sociedad es tan libre como lo es el eslabón más débil de su cadena
La libertad es un bien preciado, así que es una lástima lo básico que es el debate sobre ella en España. Si dejamos de lado cañas y chuletones, los que se dicen liberales por estos lares suelen entenderla solo en un sentido “negativo”, es decir, de no interferencia. La idea de no pedir permiso, de que cualquier intrusión de los poderes públicos en nuestra vida es intolerable. Un argumento que, por cierto, suele agotarse cuando esos mismos liberales hablan de cuestiones morales, momento en que aflora ese pequeño conservador que llevan de horrocrux.
Sin embargo, pocas veces se discute sobre la noción de libertad republicana, la que habla sobre la no dominación. Este giro es relevante porque pone énfasis en que alguien nos domina cuando tiene unos recursos (en sentido amplio) que desequilibran el terreno de lo social. No se necesita una interferencia directa para dominar, sino simplemente un privilegio en el ser y en la influencia que se traduce en que unas voces pesen más que otras. Ahí, dice el profesor Moreno Pestaña, es donde una actuación de los poderes democráticos es legítima para corregir ese desequilibrio.
Este debate conecta bien con la discriminación del colectivo LGTBI. Hay sectores en este país que piensan que simplemente con la cobertura de la ley es suficiente, otros que, vista la mejora respecto a hace décadas, estos problemas son cosa del pasado. Incluso, en una vuelta de tuerca, hay quien alega que las víctimas son las personas heterosexuales, oprimidas por la ideología dominante, en un intento de victimizarse. Sin embargo, esta mezcla de argumentos liberaloides y reaccionarios tienen un pobre contraste con la realidad que sigue viviendo en el día a día el colectivo no heterosexual.
Pero quizá el problema central de estas tesis para nuestra democracia es que ninguna de ellas se toma la libertad realmente en serio. Si alguien no es libre para ser, no puede ser libre en modo alguno. Dicho de otro modo, sin ese recurso que es el reconocimiento, sin la extirpación de las discriminaciones, no hay comunidad posible. Como dice Máriam Martínez-Bascuñán, la autodeterminación (no dominación) y el autodesarrollo (de nuestro ser y talentos) son los únicos principios que aseguran que haya ciudadanos plenos.
Precisamente por eso está justificado que los poderes públicos actúen de manera exigente. Algo que, por cierto, conecta con todo tipo de políticas, incluyendo la educación, justo por donde los reaccionarios comienzan su ofensiva. Lamento decepcionarle, pero nadie tiene derecho a educar a sus hijos en la xenofobia, el desprecio a los homosexuales o a las mujeres. Ampararse en la libertad para ello es pervertirla y solo busca perpetuar un statu quo que va contra un principio fundamental: una sociedad es tan libre como lo es el eslabón más débil de su cadena.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.