_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Perdidos y asesinados

No se nace odiando, ni uno odia porque ‘es así': hay que insensibilizarse antes

Manuel Jabois
Homofobia
Un joven durante una manifestación para condenar el asesinato de Samuel Luiz en A Coruña.Jorge Gil (Europa Press)
Más información
Una “jauría humana” pateó a Samuel Luiz a lo largo de más de 150 metros
La paliza mortal a un hombre en A Coruña desata protestas del colectivo LGTBI en varias ciudades españolas

Hay un momento extraordinario en la serie Maricón perdido, de Bob Pop (Canal TCM), en la que el niño protagonista, trasunto del autor, recibe una abominable reprimenda de su padre durante la comida mientras su abuelo, sentado al lado del chico, le coge las manos por debajo de la mesa. Dura un instante, pero el niño sabe que no está solo (la vieja comprensión intergeneracional que suele darse entre abuelos y nietos, sean lo que estos últimos sean, hagan lo que estos últimos hagan). Según el espectador avanza en el metraje, y el niño en la vida, se comprueba que sí estaba solo en aquella mesa y por partida doble: el cariño de su abuelo, ante la ira de padre, se daba a escondidas, incapaz también él de enfrentarse a la violencia del agresor. Complicidad y solidaridad, pero con el matiz universal que viene después: cuando lo hacen por debajo del mantel.

Para que esos segundos se produzcan encima de la mesa se necesita una vida, eso cuando no la cuesta. Para el niño se trata del hecho de asomarse a un mundo en el que es posible la violencia contra él por ser como es, de ahí que no se asome o se asome disfrazado. Encima de la mesa, si eres gay, cabe la posibilidad de la violencia: son posibles las miradas, los desprecios, los insultos o los golpes por serlo. Hay gente que duda qué ponerse al salir de casa para estar más o menos favorecido; hay otra que duda qué ponerse para evitar meterse en problemas, siendo considerado el problema ellos y no los otros. La violencia ocurre en unos segundos; para que la violencia ocurra, sin embargo, se exige más tiempo. No se nace odiando: hay que insensibilizarse antes y hay que insensibilizarse pronto no sólo para poder llamarle a alguien “maricón” o “negro de mierda”, sino para justificar el insulto restándole importancia, o para directamente callar y mirar para otro lado.

Los jóvenes que la emprendieron a golpes con un chico en A Coruña, Samuel Luiz, de 24 años, lo mataron en algo más de un minuto. Algo más de un minuto de varias personas apalizando a otra al grito, según ha dicho la amiga que se encontraba con él, de “maricón” tras reprocharle que les estuviesen grabando (el chico estaba haciendo una videollamada). Por supuesto que importa lo que te llaman cuando te golpean, como ha escrito Begoña Gómez Urzáiz en La Vanguardia. Por supuesto que no hay nadie que justifique el crimen, ni que se lo arrogue intelectualmente. Por supuesto que sale más barato hacer declaraciones, publicar tuits y hablar de “ideología” o “dictadura” al referirse al LGTBI para hacerles saber que son de segunda, que salir a la calle a insultar y pegar palizas sin reparar en que es incompatible mantener y rentabilizar un discurso de odio desligándose de las consecuencias o peor aún, espantándose por ellas.

El niño de Maricón perdido vive y crece fuera de un armario, por tanto sufre la violencia verbal y física correspondiente. La serie no habla de los gays sino de un país, del mismo modo que la generación de Roberto Enríquez es una generación idéntica en dilemas y amenazas que cualquier otra que haya querido vivir en libertad. Una generación a la que, cuando asesinan a alguien, lo hacen no llamándole lo mismo que a los demás, sino algo más específico que delata el objeto de la rabia, por tanto la razón del crimen. Es tan fácil de entender como de afrontar, aunque todos pretendan entenderlo y pocos afrontarlo.


Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_