La UE y los Balcanes
Está en el interés estratégico de los Veintisiete esforzarse para facilitar la integración de los países de la región
Con su propuesta de acelerar el proceso de ampliación de la Unión Europea hacia los Balcanes, la canciller alemana, Angela Merkel, ha puesto el dedo en un desafío importante y espinoso que el proyecto europeo debe afrontar en los próximos años. La UE se encuentra ante un dilema notorio. Por una parte, existe el consenso generalizado de que no se dan las condiciones internas para que los países de la zona que todavía no pertenecen a la Unión se integren de una manera relativamente rápida. Dentro del bloque europeo hay una importante oposición de las opiniones públicas de Francia y Holanda no solo a una ampliación balcánica, sino a cualquier ampliación en términos generales. Esto se traduce en iniciativas como la capitaneada en 2019 por el presidente francés, Emmanuel Macron, quien propuso endurecer drásticamente las condiciones de ingreso en la UE exigiendo no solo una adaptación legal e institucional de los Estados candidatos, sino también el cumplimiento “tangible” de objetivos de convergencia económica y social, algo prácticamente inalcanzable en el medio plazo y más en un contexto de crisis económica.
Pero, de otra parte, hay dos motivos que empujan razonablemente en la dirección contraria. Uno tiene que ver con la realpolitik. La historia del siglo XX ha demostrado que la inestabilidad en esa zona de Europa alcanza a todo el continente y los Balcanes no pueden convertirse en el agujero negro del proyecto europeo por muy complicada que sea su situación. Máxime, y este es el segundo motivo, cuando otros importantes actores, como Rusia, China y Turquía, se están moviendo en ese tablero en ocasiones con graves consecuencias, como deja patente el caso de Montenegro y su problemático préstamo concedido por Pekín. El vacío no existe en las relaciones internacionales, y si no hay esperanza de que se abra la puerta comunitaria lo lógico es que esas naciones europeas miren más allá de Bruselas en busca de respaldo.
La estrategia no debe fundamentarse, pues, en la precipitación del proceso, pero sí en pasos concretos que permitan ver a los gobiernos —y también a los ciudadanos— de los países afectados que la integración en la UE, aunque sea larga y exija reformas, es su camino natural. Pequeños gestos como la incorporación de estos países a la supresión del roaming que rige en la Unión o la entrega gratuita de vacunas ayudan. Los planes económicos son importantes, con los 9.000 millones previstos para financiar proyectos en la región en el periodo 2021-2027, y además un sistema de avales que puede llegar a movilizar hasta 20.000 millones de euros de créditos. Todo esto es positivo, pero habrá que hacer más para fomentar una convergencia que haga viable y mutuamente beneficiosas la perspectiva de integración.
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