‘Homo ludens’
El gol es nuestro destino en lo universal, la única forma de que las dos Españas se abracen
No existe en la historia un líder político, desde Pericles a Churchill, que haya levantado una ovación en sus mítines que se parezca ni de lejos a la que provoca un delantero centro que mete un gol por la escuadra o un portero que para un penalti. Y si ese gol supone la victoria definitiva del equipo nacional, en nuestro caso se consigue el milagro de que las dos Españas se levanten de sus asientos con los brazos abiertos, lancen un grito unánime de entusiasmo y se abracen. Esa fraternidad espontánea dura mientras los neurotransmisores del cerebro producen una descarga conjunta de dopamina y serotonina, que llena de placer y felicidad las vísceras de millones de españoles de cualquier edad, clase social e ideología. En ese momento el simio patriota que cada hincha lleva dentro siente una convulsión orgásmica que le devuelve a los ancestros de la tribu. El homo ludens, el que juega, es anterior al homo sapiens, el que piensa, y al homo faber, el que trabaja. El juego es el origen de la inteligencia compartida y no es necesario que lo haya dicho el historiador Johan Huizinga, porque yo he visto con mis ojos cómo jugaban los hijos pequeños de una familia de gorilas en la selva de la cordillera de los Volcanes en Ruanda y se comportaban con los mismos gestos de alegría y enfado como esos niños que a los cuatro años ya se divierten compitiendo en el tobogán del parque. A este mundo se ha venido a jugar. De hecho todo es un juego, la guerra, la política, las finanzas y tal es el desconcierto en que se vive hoy que el fútbol se ha convertido en lo más coherente del sistema. Once multimillonarios en calzón corto con el propósito compartido de meter el balón en la portería contraria que ponga al simio de pie en la grada, en el bar o en el sofá de casa. El gol es nuestro destino en lo universal, la única forma de que las dos Españas se abracen.
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