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Tribuna
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Ciudadanos franceses del mundo de después

Las elecciones regionales en Francia, marcadas por una altísima abstención, no han servido para saber si los votantes ya se han decidido entre las dos visiones polarizadas del país

Vanessa Jérome
Elecciones regionales Francia
Un elector deposita su voto en un colegio de Marsella.Rafael Cañas (EFE)

Que quede claro desde el principio: la buena noticia de las elecciones francesas del fin de semana pasado es que Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen no va a gobernar ninguna región. Rechazado en la segunda vuelta en todos los sitios en los que había quedado segundo en la primera y frenado en el último momento en Provenza-Alpes-Costa Azul gracias a la retirada de la única lista ecologista de izquierdas que habría podido presentarse, el partido de Le Pen se desploma. Ha perdido 106 cargos electos regionales y solo conserva 252 repartidos entre seis regiones. En las elecciones cantonales, celebradas esos dos domingos, la situación es idéntica: ha pasado de 62 a 26 escaños en ocho consejos de departamento, en lugar de los 14 en los que estaba antes presente. Estos resultados no son extrapolables a las elecciones presidenciales del año próximo, pero por lo menos certifican que el partido de extrema derecha ha visto cortado su avance en las comunidades territoriales.

La mala noticia es que esta buena noticia es lo único positivo de las elecciones regionales y cantonales, que se han caracterizado por una abstención sin precedentes. Más de dos de cada tres franceses no han ido a votar. La abstención ha aumentado en todos los grupos de población y especialmente entre los jóvenes, las clases populares y la mitad norte-nordeste de Francia. Consagrados por unos comicios que se parecen cada vez más a elecciones profesionales —dado que los perfiles de los elegidos y los votantes convergen en la expresión de los más profesionalizados, en el caso de los primeros, y los más politizados, en el de los segundos— los consejeros regionales y de departamento se suman a los consejeros municipales e intermunicipales de 2020 como los peor elegidos en toda la historia de la Quinta República.

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Lejos de los discursos moralizantes y culpabilizadores dirigidos a los abstencionistas por numerosos políticos y observadores electorales, debemos insistir en que la abstención no siempre es síntoma de despreocupación o distanciamiento de la política. Muchos ciudadanos politizados, a veces militantes activos de una u otra causa, se codean al margen de las urnas con sus compatriotas más desinteresados o desinformados. Sin la voz de esos millones de ciudadanos —que nunca sabremos si habrían cambiado los equilibrios—, Francia, el domingo pasado, se fue a la cama más o menos en la misma situación que al despertarse esa mañana. Como los ocupantes actuales de los cargos consiguieron la reelección , el equilibrio entre la izquierda y la derecha no se alteró: sólo cambiaron siete departamentos (la derecha sigue siendo mayoritaria en todo el país), así como una región-departamento y una comunidad especial, la Isla de la Reunión y Guayana, que fueron a parar a la izquierda. La pelea por el liderazgo entre los izquierdistas y los ecologistas, que en la primera vuelta se presentaron en alianzas de geometría variable y en la segunda se unieron de forma desigual, no se ha resuelto: el Partido Socialista y los ecologistas no han ganado casi nada. El primero ha conservado sus mayorías y presidencias de gobiernos regionales, mientras que los segundos tienen cada vez menos triunfos, la mayoría de las veces gracias a alianzas de izquierda; el Partido Comunista continúa su lenta descomposición y ha perdido el último departamento que le quedaba, mientras que la Francia Insumisa, comprometida en varias alianzas, reserva sus fuerzas para las elecciones presidenciales de 2022. En cuanto al partido de Emmanuel Macron, no se descubre nada al decir que se confirma, a menos de un año de las presidenciales, que no tiene a su favor ninguna consolidación ni ningún equilibrio de poder con la derecha histórica. Es decir, en el mejor de los casos, solo es posible reprochar a quienes han desertado de las urnas una cosa: que, al abstenerse, han contribuido a dejar al frente de los gobiernos locales a personas con unas opiniones tan irrevocables que es difícil ver cómo podrían trastocar el juego político o revolucionar las políticas públicas territoriales.

Y, aun así, no faltan problemas y cuestiones urgentes, como no falta tampoco la necesidad de transformar drásticamente las formas de actuar de la política y los programas. Hace ya varios años que proliferan las movilizaciones: los chalecos amarillos, las manifestaciones por el clima, las protestas feministas contra la violencia sexual y los asesinatos de mujeres, las movilizaciones contra la reforma de las pensiones, la lucha contra la puesta en marcha de la aplicación Parcoursup y la multiplicación de los ataques contra la libertad académica, la reivindicación de la reproducción asistida para todas, las denuncias de los casos de racismo y violencia policial… Y eso sin contar las huelgas, las manifestaciones, las cajas de resistencia para ayudar a las limpiadoras de los hoteles de lujo, los manifestantes heridos, los sanitarios dedicados a la lucha contra la covid, los repartidores en bicicleta y otros damnificados de lo que algunos llaman la nueva economía. La derecha habla de orden, mérito, la nueva nación, la República; se persigue a los inmigrantes, los sin techo, los parados, un “islamismo de izquierdas” inexistente; se recupera sin vergüenza el vocabulario reaccionario de los de “no se puede decir más”. Se presenta a candidatos descaradamente opuestos al matrimonio para todos, a un ministro acusado de violación, a personas sacadas de los terrenos de Reagrupamiento Nacional. En la izquierda, hablan de reducir las desigualdades y las discriminaciones, de una república distinta; pero tardan en ponerse de acuerdo, en plena era del antropoceno y de la revisión de la historia de Francia a través del prisma del colonialismo, sobre cómo construir una sociedad más democrática e inclusiva. Para evitar los peores efectos del cambio climático, el patriarcado y el capitalismo, se inventan relatos que suscitan la envidia del mundo que será; se intenta que salgan elegidos más jóvenes, más personas no blancas, más mujeres.

La abstención y los juegos de alianzas complican la interpretación de los resultados de estos comicios. Pero sí podemos decir que, entre las dos visiones polarizadas del futuro, los votantes franceses no han decidido (¿todavía?) elegir ninguna de las dos.

Vanessa Jérome es doctora asociada en el Centro Europeo de Sociología y Ciencias Políticas (CESSP), Paris 1 Panthéon-Sorbonne.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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