Xinjiang, el musical
Estamos en una batalla por el relato en la que una parte no tiene acceso a información y la otra no necesita dar explicaciones
Este mes se ha estrenado en los cines chinos el musical Geshengdechìbang, algo así como Las alas de la canción. Es una mega producción estatal que cuenta la historia de tres músicos, un uigur, un kazajo y un han, que van a buscarse la vida a Xinjiang. Allí verán la convivencia modélica entre etnias, mucho baile y paisajes idílicos. Ni una barba ni un hiyab. Obviamente no se dice nada del millón y medio de uigures musulmanes retenidos, según varios Gobiernos y organizaciones humanitarias, en campos de reeducación. El largometraje subraya la tesis de Pekín: en esa región autónoma los 25 millones de habitantes se relacionan en armonía “como los granos de una granada”.
La realidad es que Xinjiang es una de las principales preocupaciones del Partido Comunista chino. Antes era solo doméstica, ahora también de cara al exterior. La situación de la minoría uigur ha motivado un cruce de sanciones entre Occidente y Pekín. En marzo movieron ficha la Unión Europea, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos. China respondió enseguida con medidas similares y vetando la entrada a varios parlamentarios, académicos y organizaciones. Pekín desmiente rotundamente las esterilizaciones forzosas y las torturas. Insiste en que forman a los uigures para trabajar y que solo así evitan que algunos se radicalicen. Las medidas de seguridad y de vigilancia están ahí, dicen, para evitar atentados como los que había hasta 2015. Y quien quiera puede visitar la región para comprobarlo.
Ojalá fuera cierto. Un periodista extranjero no puede plantarse en Xinjiang a charlar con uigures. ¿Cómo van a responder sin miedo a represalias? Tampoco se puede acceder a los barracones sin guía oficial para saber si la gente vive ahí en contra de su voluntad. Hoy, además de la versión china, solo contamos con tres vías de información sesgadas: la primera son los testimonios de uigures en el exilio, que narran experiencias durísimas. La segunda, informes de académicos como Adrian Zenz, que extrae datos públicos de páginas web chinas. Ha deducido, por ejemplo, que empresas estatales se benefician de mano de obra uigur, pero son datos parciales. La tercera fuente son los medios occidentales. La mayoría son todo lo rigurosos que pueden, pero cada vez les cuesta más trabajar. Al corresponsal de la BBC lo han presionado hasta que se ha marchado a Taiwán.
Pekín veta el acceso de calidad. Así puede decir que Occidente toma decisiones basadas en mentiras malintencionadas. Naciones Unidas está negociando una misión de observación “sin restricciones”, pero no se sabe cuándo ni cómo será. Estamos en una batalla por el relato en la que una parte no tiene acceso a información y la otra no necesita dar explicaciones. Las sanciones son simbólicas, pero quizá terminen siendo balas de fogueo. @anafuentesf
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