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Columna
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Mares invisibles

Hasta el colapso de Suez, una cierta ceguera marítima ha impedido valorar el papel del tráfico por mar en la economía global

Lluís Bassets
El buque portacontenedores 'Ever Given', el pasado 23 marzo en el canal de Suez (Egipto).
El buque portacontenedores 'Ever Given', el pasado 23 marzo en el canal de Suez (Egipto).EFE
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La crisis del canal de Suez da la puntilla al comercio mundial

La época en la que entramos de mano de la pandemia podrá ser peor o mejor que la anterior, como dicen unos y otros, los cascarrabias y los arcangélicos, o igual que todas las épocas, como advierte la vieja sabiduría, pero tiene toda la apariencia de que será algo más transparente. Como si la tramoya del teatro del mundo tuviera mayores dificultades para esconderse.

En cuanto los virus nos dejaron confinados hace algo más de un año, adquirieron relieve trabajos y oficios hasta entonces poco apreciados: enfermeros, cuidadores, transportistas, trabajadores de la limpieza, dependientes del comercio, conserjes, guardas, policías, bomberos, y no digamos ya los obreros de las industrias básicas… Sometidos a mayores riesgos y a un discreto reconocimiento social y salarial, garantizaron el funcionamiento mínimo de la producción, los suministros, la alimentación, la seguridad y la salud.

Quedó al descubierto la cara oculta del mundo, iluminada de pronto por la pandemia. He aquí que la sociedad digitalizada no puede prescindir del trabajo manual. Unos se confinan, teletrabajan y toman distancias sociales, gracias a que otros salen a la calle y se arriesgan.

Eso fue antes de que el Ever Given, cruzado durante seis días en el canal de Suez, nos abriera los ojos. La visión de tierra adentro, ciega ante el mar, no había echado las cuentas de lo que representan los océanos para la economía mundial, y menos todavía de quiénes movían estas formidables y arriesgadas máquinas de transporte.

Con el colapso de Suez, nos dimos cuenta de que el 90% de las mercancías circulan por vía marítima. Unos 400.000 marineros quedaron atrapados hace un año en los mares y puertos sin poder salir de sus buques por las medidas de confinamiento y unos 200.000 permanecen todavía a bordo sin que hayan podido ser relevados pasados los 11 meses que exige la normativa. Su situación ha sido descrita como una “crisis humanitaria en el mar”, que ha llegado “a crear inadvertidamente una forma moderna de trabajo forzado”.

Los sindicatos han llamado la atención sobre su salud mental y su tasa de suicidios, peores que el resto de la población. Poco se sabe de su situación, de los planes de relevo y de su vacunación. Que el accidente del Ever Given sirva al menos como llamada universal de atención sobre la condición y el valor de estos peones olvidados de la globalización, esenciales para la producción y el comercio mundiales.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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