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TRIBUNA
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Sindemia: las fragilidades de la actual civilización neomoderna

La crisis producida por el coronavirus no puede entenderse sin considerar el golpeado entorno social

Un joven camina con mascarilla frente al escaparate de una tienda en Barcelona.
Un joven camina con mascarilla frente al escaparate de una tienda en Barcelona.Albert Garcia (EL PAÍS)

Más de dos millones y medio de personas fallecidas por covid-19, y más de un año de expansión del virus a lo largo y ancho del planeta, nos apremian a reflexionar sobre aquellos elementos de nuestras globalizadas sociedades neomodernas que puedan haber favorecido la intensidad del daño. Para ello necesitamos un nuevo marco conceptual como el sindémico que fue propuesto por Merril Singer en los noventa y que evidencia las interacciones biológicas y sociales de las enfermedades para mejorar el diagnóstico, tratamiento y diseño de las políticas sociosanitarias. El enfoque sindémico en la presente pandemia significa repensar, al lado de los factores propiamente biosanitarios, las insuficiencias de nuestra organización social, de nuestra cultura ciudadana, y especialmente los puntos débiles de nuestra relación con los sistemas de gobernanza que nos hemos dado en los países democráticos.

La crisis producida por la covid-19 es un ejemplo de sindemia, pues no puede entenderse sin considerar el golpeado entorno social. Con el propósito de entenderla, abordaremos los cuatro grandes condicionantes sindémicos de este caso: cognitivos y culturales, sociales, económicos y políticos que han favorecido el desarrollo de la sindemia.

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No es una pandemia, es una sindemia

1. La falsa sensación de seguridad (por parte tanto de los poderes públicos como de la ciudadanía) de nuestras sociedades neomodernas. Las sociedades occidentales posteriores a la Segunda Guerra Mundial nos hemos acomodado a unos buenos niveles de seguridad (física, económica, social, y también sanitaria) individuales y colectivos. Esta red multidimensional de seguridades, asumidas como obvias y alimentadas por varios sesgos cognitivos, incluyendo la ilusión de control, se ha visto desafiada por la presente sindemia, aunque ya lo fue por la gran recesión de 2008.

2. Un desastre que no pudimos (¿quisimos?) prever. Desde hace décadas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) venía advirtiendo sobre el riesgo de una pandemia global. El informe anual de la OMS de septiembre de 2019 advirtió del riesgo de una pandemia global por una enfermedad infecciosa. Estas advertencias no movieron a los gobiernos para prevenir tal riesgo de pandemia, por diversos motivos: Por la falta de priorización de medidas de prevención en las agendas políticas frente a una atención a lo urgente y a la mitigación de problemas existentes: la reacción prima sobre la pro-acción; y por las dificultades en la comunicación a la ciudadanía de riesgos hipotéticos y las consecuencias potenciales en el sentimiento colectivo.

3. El impacto de los humanos en el ecosistema global. En nuestro desarrollo como especie hemos generado un ecosistema humano cada vez más complejo, cada vez con un mayor número de elementos conectados de manera más y más compleja y cuasi-instantánea. Esa interconexión se desarrolla en tres niveles principales.

En el nivel geofísico, con la crisis climática, causada por la quema de combustibles fósiles y que modifica la composición de la atmósfera terrestre y los equilibrios que sostienen la vida sobre la Tierra. En el nivel biológico, nuestro desarrollo ha conllevado una reducción de la biodiversidad del planeta y un aumento del número de humanos y su mayor movilidad. Es el escenario soñado por cualquier agente biológico oportunista —de creación natural o artificial— con el potencial de extenderse con inmensa rapidez. En el nivel comunicacional, los mensajes y con ellos las nuevas ideas, conceptos y modas, buenas o malas, se transmiten y comparten viralmente —gracias a los medios digitales de comunicación e interacción social—. Esos medios nos permiten e invitan a tratarnos (tanto en modo “modo biológico” como en “modo digital”) en contextos más diversos y con más gente de la que nos era accesible antes. Este es terreno abonado para la emergencia de innovaciones biológicas tan súbitas y dañinas como las pandemias; y de innovaciones potencialmente desestabilizadoras de tal complejidad y densidad que son imposibles de abarcar por cualquier mente humana, individual o colectiva. Nuestra propia capacidad de interacción y comunicación, en esta neomoderna era global, nos desborda. Escapa a nuestro control.

4. Los nuevos problemas de agencia: La externalización de la responsabilidad, la alienación de la gente y el extrañamiento de una parte de la ciudadanía. Nuestra neomodernidad conlleva un auge del individualismo y la reclamación de una libertad individual casi ilimitada. La vemos en la reivindicación de fiestas clandestinas o en el negacionismo del virus. Paradójicamente, este afán ilimitado de libertad y de afirmación de la voluntad individual como medida de todas las cosas, se da a la vez que depositamos la responsabilidad de las consecuencias dañinas de nuestras acciones en las autoridades. Podría decirse que somos sociedades doblemente infantilizadas. En el ámbito personal, no aceptamos aquello que nos frustra, culpamos a las autoridades de nuestra falta de responsabilidad y, aun teniendo el nivel educativo más elevado de la historia, creemos en bulos y noticias pseudocientíficas que sintonizan con nuestros deseos o refuerzan nuestros temores. Desde el ámbito político, con frecuencia, se corteja esa infantilización y se emiten mensajes demagógicos, simplistas y categóricos que parecerían indecorosos a la clase política de hace solo unas décadas.

La falta de agencia, la impotencia y el desengaño, producen también un extrañamiento cognitivo. Esto es, personas que no se sienten referidas o representadas por lo que se dice desde el poder o desde los medios y que manifiestan un malestar social que ya es duradero. El desengaño lleva a la pérdida de confianza en quienes nos gobiernan. Así, según ourwoldindata.org, la pérdida de confianza en los gobiernos lleva décadas produciéndose. En España sólo un 32% de la población tiene confianza en nuestro Gobierno, pero el 97% confía en el personal de medicina y enfermería.

En los últimos 50 años hemos crecido vertiginosamente e incrementando nuestra calidad de vida. Pero no hemos sido capaces de adaptar nuestro modelo de gobernanza a los riesgos, demandas y retos planteados por el desarrollo de nuestra civilización, cosa evidenciada por la sindemia del SARS-CoV-2. No olvidemos que todo reto es una oportunidad. Aprovechemos esta terrible pandemia para evolucionar nuestro sistema de interacción social y de gobernanza hacia un modelo que combine lo urgente con lo importante, el corto con el medio y largo plazo, que sea más participativo, más basado en la evidencia, más justo y sostenible.

Este es el octavo de una serie de artículos sobre las consecuencias de la pandemia desde ópticas multidisciplinares elaborados por: María Ángeles Sallé, doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Valencia; Capitolina Díaz, catedrática de Sociología en la Universidad de Valencia; Cecilia Castaño, catedrática en Economía Aplicada en la Complutense de Madrid, y Nuria Oliver, doctora en Inteligencia Artificial por el MIT, cofundadora y vicepresidenta de ellis.eu.

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