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Columna
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Si Bolsonaro pierde las elecciones contra Lula, ¿le pasará el relevo pacíficamente?

Lo único que le preocupa al presidente es asegurarse su reelección, es capaz de atropellar todas las libertades y de volver a acariciar su sueño de implantar una nueva dictadura militar

Juan Arias
Bolsonaro
Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, durante una conferencia de prensa en Brasilia, el pasado 10 de marzo.UESLEI MARCELINO (Reuters)

La posible foto de Bolsonaro pasando pacíficamente el relevo presidencial a Lula recorrería el mundo. Eso es lo que el actual presidente intentará evitar. Recién elegido en 2018, el mandatario empezó enseguida a poner en duda la legitimidad de las urnas y exigió el voto escrito.

Llegó a decir que de no haber manipulado los votos habría ganado en la primera vuelta y que tenía pruebas de ello, aunque nunca las presentó. Desde entonces ha dejado claro que de perder en las elecciones de 2022 no aceptará pacíficamente los resultados.

Desde que apareció de sorpresa la posibilidad de que Lula pueda disputar las elecciones Bolsonaro ha insistido en que solo él puede imponer el Estado de sitio en el país. Ha hablado de nuevo de la posibilidad de un golpe, de que él cuenta con “su ejército”.

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Bolsonaro nunca ha aparecido tan nervioso y agresivo. También se ha presentado, de repente, como el defensor de la vacuna. Ahora ha abierto una guerra contra los gobernadores a quienes acusa de ser los responsables de la tragedia de la pandemia por haber permitido medidas restrictivas para intentar contener el drama de la covid cada vez más peligrosa y agresiva.

Lo único que le preocupa al capitán desde que fue elegido es asegurarse su reelección el año próximo. Frente a ello, el presidente es capaz de atropellar todas las libertades y de volver a acariciar su sueño de implantar una nueva dictadura militar. Cada día su Gobierno parece más militarizado o que haya defendido que la mayoría de los brasileños “tienen nostalgia de la dictadura”. Eso es algo que desmienten todos los sondeos nacionales en los que aparece que el 70% de los brasileños están a favor de la democracia.

Bolsonaro ha vuelto estos días a la cínica filosofía de que “la libertad es más importante que la vida”. Solo que suena a sarcasmo: para él el concepto de libertad no existe.

La primera vez que ha hablado de libertad se trata de libertad para infringir las leyes restrictivas contra el avance de la pandemia.

Bolsonaro no entiende de filosofía ni sabe lo que es un silogismo o un sofisma. Su fuerte no es el raciocinio ni la reflexión sino la impulsividad de las armas y la exaltación de la violencia en todas sus vertientes.

Cuando el presidente defiende que la libertad vale más que la vida no está haciendo una reflexión filosófica. Está solo pensando en la libertad que sus huestes negacionistas piden para desobedecer las normas impuestas por la ciencia y la medicina en medio a la mayor tragedia sanitaria de la historia de Brasil.

Bolsonaro tiene pavor de perder votos de sus huestes si apoya las medidas necesarias no solo para prevenir el contagio personal sino también para impedir el de los demás. Llega a defender que es mejor morir o exponer a los otros a la muerte que impedir a la gente saltarse esas normas. Su única obsesión es la de perder y por eso llega a despreciar la vida de los otros con tal de salvar su poder.

Si hay hoy en Brasil un político que desprecie la libertad es Bolsonaro, cuyo vocabulario está repleto de palabras como golpe, dictadura, guerra contra la libertad de expresión y persecución de los derechos humanos. De guerra contra la libertad de las personas de escoger sus preferencias sexuales y de negar que los diferentes tengan derecho a su libertad de serlo.

La palabra libertad en boca del negacionista y genocida nace ya podrida y corrompida.

La única forma de libertad para él es la de perseguir precisamente las libertades que forjan una sociedad democrática donde no existe valor mayor que la vida.

El presidente alardea de usar a Dios para sus planes de poder y para ganarse los votos de la gran masa de los evangélicos. A él, a quien le gustaría cambiar la Constitución por la Biblia, habría que recordarle que en esos textos sagrados Jesús se define a sí mismo como “el camino, la verdad y la vida” ( Juan,14,16)

Bolsonaro desprecia justamente esos tres conceptos. En vez de ser el camino, es decir, el guía de una sociedad justa y libre, es el motor de la confusión y del desgobierno. En vez de ser el representante en el país de la verdad es el sembrador de la mentira, cultor de la nueva moda de las fake news. Y en vez de ser el defensor de la vida juzga de cobardes a quienes se protegen del virus.

Su abecedario es el de la muerte y la destrucción como revelan su pasión por las armas expresión de la muerte y la violencia.

Que Bolsonaro coloque un falso concepto de libertad como más importante que la vida es la mejor constatación de lo que ya había confesado: “Yo no he nacido para ser presidente. Mi profesión es la de matar”.

Bolsonaro podrá ser un día llevado a los tribunales internacionales acusado de no haber impedido con su negación de la pandemia y su desprecio por la vacuna evitado llenar de muertos los cementerios. La única verdadera libertad que él practica es la de abandonar al país a su propia suerte con tal de no perder el poder.

Lo cierto y cada vez más indiscutible es que Brasil, desde el fin de la dictadura nunca ha estado tan al borde de una nueva tragedia política. La espada de Damocles de un nuevo golpe militar no es algo hipotético sino que está ahí. Y más con la llegada inesperada de Lula y el deterioro cada día mayor de las instituciones que deberían velar por los valores democráticos como el Congreso y el Supremo donde se está librando una verdadera guerra campal entre los magistrados.

Los militares que se han comprometido abiertamente con el Gobierno de Bolsonaro y sus locuras antidemocráticas difícilmente aceptarán ser derrotados. Y es seguro que no permitirán perder esa guerra.

Las grandes tragedias de los países empiezan por ser consideradas como catastrofistas y acaban siempre realizándose cuando ya no hay más tiempo de detenerlas.

¡Cuidado Brasil!

¿Quién mandó matar a Marielle?

Este 14 de marzo se cumplen tres años del atroz asesinato de la joven activista negra, salida de la favela, Marielle Franco y sobre su tumba continúa amenazador el silencio sobre quién o quiénes mandaron asesinarla. Escribí en otra columna que Marielle muerta podría acabar siendo más peligrosa. Ese misterio que pesa sobre la conciencia de este país y que ha adquirido dimensiones internacionales sigue dando miedo.

Quizá sea necesario un relevo en el Gobierno de muerte de Bolsonaro para que por fin sepamos con certeza a quiénes estorbaba la vida de la joven y por qué. Y entonces Brasil podrá finalmente hacer justicia de la bárbara ejecución.

Para ello será necesario que llegue un presidente no comprometido con el submundo de las milicias de Río y que llegue un Gobierno realmente democrático que descubra el misterio de su muerte y haga justicia llevando a los tribunales a los culpables hoy escondidos en los sótanos sombríos del poder.

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