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COLUMNA
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Un robot más críptico que Quevedo

Un sistema de inteligencia artificial escribe relato, poesía y teatro. No muy bien

Javier Sampedro
Los robots llevaban décadas haciendo el trabajo que una persona no querría hacer.
Los robots llevaban décadas haciendo el trabajo que una persona no querría hacer.ITH (Europa Press)

Los robots no ocupaban nuestro pensamiento hace apenas cinco años. Esos ingenios mecánicos llevaban décadas haciendo el trabajo duro de las cadenas de montaje del sector del automóvil, y se les estaba preparando para limpiar residuos radiactivos, desactivar bombas, limpiar la casa y todo lo que una persona no querría hacer así se estuviera cayendo el cielo. Entonces ocurrieron dos cosas que cambiaron el panorama por completo.

Primero, hubo avances genuinos en el sector, como el deep learning, o aprendizaje profundo, una estrategia que ha permitido a las máquinas ganarnos a juegos más complejos que el ajedrez, como el Go, y a otros que requieren inferir la psicología humana, como el póquer. En segundo lugar, los robots empezaron a dominar tareas que los humanos considerábamos hasta entonces nuestro distintivo único, como el diseño de experimentos científicos, la economía financiera, la comprensión del lenguaje y algunos aspectos de las artes. Eso ya era otra cosa. Ese no era el mundo futuro que habíamos soñado.

Hay un sistema de inteligencia artificial llamado GPT-2 (casi como Geppetto, el carpintero que creó a Pinocho) que se dedica a escribir cualquier cosa, sean noticias falsas, relatos o poemas. Es una creación de la compañía OpenAI de Elon Musk, el magnate de Tesla y SpaceX que parece decidido a transformar el mundo. Como la empresa se dedica a desarrollar software libre, el usuario puede probar los talentos de GPT-2 en Talk to Transformer - InferKit, y quien suscribe no ha podido evitar la tentación.

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Se trata de meterle algún texto a Geppetto (GPT-2) y ponerle a trabajar para que lo complete. Por ejemplo, le he metido mi pareado favorito de Borges: “El hoy fugaz es tenue y es eterno / Otro cielo no esperes ni otro infierno”, y el robot me responde: “Ya no hablemos más / Pero ya no necesito estar esta noche en el centro médico / Hay algo más importante que no hablar / Ya está ahí / No espero ni puedo dormir / Quiero morir ese día”. Es posible que un crítico literario de los setenta se hubiera tragado ese embrollo y hasta lo hubiera entendido, pero desde luego ese no es mi caso. GPT-2 ha convertido un carpe diem de Borges —vive al día— en una especie de discusión de matrimonio, y encima el tipo amenaza con no tomarse las pastillas contra la esquizofrenia.

Visto que GPT-2 parece más interesado en las formas que en el fondo, decido alimentarle con un cuarteto de Quevedo: “Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevaré el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera”. Chúpate esa, GPT-2, pienso mientras le meto la estrofa en su alma de silicio, y va el tío y se pone: “Me acabo de tener que deslizar al viento durante unos segundos, para comenzar a calentar y para entrar en el río pasados tres o cuatro metros a la costa del buen peinado que es mi proceso de paseo”. De verdad, GPT-2, eres más críptico aún que Quevedo, no me fastidies.

Geppetto ha escrito ahora una obra de teatro, informa Science. Según el dramaturgo que la ha supervisado, David Kostak, “es una especie de Principito futurista, y el protagonista es un robot”. Cosas de los escritores.

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