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Tribuna
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El bitcoin sí es una moneda, señora Lagarde

La criptomoneda no sustituirá al dinero oficial, pero limitará a gobiernos y bancos centrales

Wolfgang Münchau
Bitcoin
EUROINTELLIGENCE.COM

Los economistas odian el bitcoin. En el mundo del bitcoin no hay comités de política monetaria en los que presten sus servicios. Ninguna de nuestras instituciones, fundaciones, periódicos o académicos actuales cuentan demasiado en ese mundo. En el mundo del bitcoin tampoco hay foros de Davos exclusivamente por invitación. Los gobiernos y los bancos centrales también lo odian, porque los priva de control. Desde el punto de vista de los usuarios y los defensores de la criptomoneda, todo esto no son pegas, sino atractivos.

Para quienes tienen formación en economía y no en informática, el bitcoin es un concepto extremadamente difícil de entender. La semana pasada, Christine Lagarde lo menospreció diciendo que no era dinero de verdad. Funny money, dinero falso, lo llamó en una ocasión. Pero no le corresponde a ella decidirlo. Si Elon Musk acepta pagos en bitcoin por sus coches y paga a su personal en bitcoins, y si otros empresarios hacen lo mismo, el resultado será una minieconomía separada del mundo de los dólares y los euros. En ese mundo, el bitcoin funcionará como medio de transacción, depósito de valor y unidad de cuenta, lo cual constituye la definición tradicional de moneda. Si ese mundo entra en recesión, no habrá ningún instrumento político que lo salve. En el mundo del bitcoin no existe el concepto de política contracíclica. Del mismo modo, si entra en una burbuja, la burbuja estallará y no habrá ningún banco central que recoja los restos después. Los grandes bitcoiners apuestan a que su mundo es preferible al nuestro, con sus fluctuaciones cíclicas de auge y caída generadas por los bancos centrales que rescatan una y otra vez a los actores financieros.

Personalmente, adopto una postura agnóstica en este debate. No obstante, lo que sí que veo es que las políticas de los bancos centrales y los gobiernos occidentales desde la crisis financiera mundial han provocado que una gran minoría de la población desconfíe de un sistema que no entiende. No se puede pasar por alto a esas personas. Tienen derecho a voto y poder adquisitivo. Y ahora tienen acceso al bitcoin.

El bitcoin es creación de una persona o un grupo de personas autodenominado Satoshi Nakamoto. Empezó en 2008 con un artículo en la lista de correo sobre criptografía de Usenet. Su objetivo no era reinventar el patrón oro, sino preservar la privacidad en Internet mediante una red de pagos descentralizada sobre la que nadie ejerce un control individual. Todos los participantes en ella gozan de los mismos derechos. No hay asientos de primera fila para ningún grupo privilegiado. La única manera de aumentar la influencia de uno no es a través de una tribuna de opinión en un periódico, sino haciendo lo que acaba de hacer Elon Musk: comprar muchos bitcoins. La seguridad de la red bitcoin —llamada blockchain— se basa en herramientas criptográficas como la función hash SHA-256, utilizada en el protocolo Bitcoin e ilustrada en nuestro gráfico. Se cree que la red no ha sido descifrada por los servicios secretos, y sus defensores afirman que resistiría el ataque de un ordenador cuántico aún inexistente.

El bitcoin no tiene nada que ver con el debate en los bancos centrales sobre el dinero digital. Un euro digital sigue siendo un euro. El euro digital es un sustituto tecnológico del efectivo, pero, desde el punto de vista económico, sigue siendo dinero por decreto. Es responsabilidad del banco central. Todo el dinero por decreto deriva su valor de la fe en que el banco central cumplirá sus compromisos. En el mundo del bitcoin también existe una idea similar de confianza. Consiste en la confianza en la seguridad de la red, y en que la mayoría de los participantes no son estafadores.

El microcosmos bitcoin seguramente no abarcará la totalidad de una economía hasta dentro de mucho tiempo, si es que llega a hacerlo. Lo que sí hará será limitar la manera en que los gobiernos y los bancos centrales dirigen la economía. Si la gente empieza a desconfiar de la moneda oficial por la razón que fuere, tendrá una opción de moneda fuerte alternativa con la que realizar transacciones y ahorrar.

Pero lo que realmente buscan los usuarios del bitcoin es privacidad. El bitcoin es la razón de que la campaña de Navalni en Rusia cuente con tanta financiación. Hasta el momento, ha acumulado 658 bitcoins en donaciones anónimas, lo que equivale a unos 30 millones de dólares al cambio actual. Los donantes han elegido el bitcoin como la única manera de escapar de las garras de Vladímir Putin, que tiene el control final de todos los flujos financieros basados en el rublo. The Moscow Times citaba una declaración de Leonid Volkov, gestor del monedero de bitcoins de Navalni, según la cual el equipo utiliza la naturaleza descentralizada de la criptomoneda para eludir a las autoridades rusas. El uso de bitcoins actúa como un elemento disuasorio general frente a las medidas contra la recaudación de fondos. Lo mismo está ocurriendo en Bielorrusia después de que las autoridades ordenasen a los bancos confiscar el dinero recaudado mediante donaciones. Esta, y no la usurpación de los bancos centrales occidentales, es la razón principal por la que se inventó el bitcoin. El efecto sobre los sistemas económicos occidentales, con su parafernalia de inversores, gobernadores de los bancos centrales, legisladores, economistas y otras cabezas parlantes, no es más que un daño colateral.

Rusia ha reaccionado a la amenaza de la criptomoneda ilegalizando las transacciones en bitcoins e incluso su posesión. La idea es evitar que las minieconomías en bitcoins emerjan fuera del sistema. Occidente tuvo la oportunidad de hacer lo mismo, pero ahora que los fondos de cobertura y los inversores como Musk corren a participar en ellas, será difícil tomar medidas drásticas contra el sistema.

No se me ocurre ninguna otra innovación, ni siquiera las redes sociales, con tanta capacidad de limitar el poder de los gobiernos como el bitcoin. No confundamos lo que no nos gusta y lo que va en contra de nuestras creencias con lo que es probable que ocurra. Y recordemos lo que el famoso físico del siglo XIX lord Kelvin decía de los aviones: “Puedo afirmar sin temor a equivocarme que las máquinas voladoras más pesadas que el aire son imposibles”. O, como dijo Christine Lagarde la semana pasada, Le bitcoin, ce n’est pas une monnaie [El bitcoin no es una moneda].

Wolfgang Münchau es director de eurointelligence.com

Traducción de News Clips.


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