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Columna
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Subversión ideológica en Cuba

Biden no abjurará del Destino Manifiesto ni pulverizará el embargo pero es meritorio que acometa su contrarrevolución sin coces ni mala sangre

Juan Jesús Aznárez
Un bicitaxi con los asientos tapizados con la bandera estadounidense transitando por La Habana (Cuba).
Un bicitaxi con los asientos tapizados con la bandera estadounidense transitando por La Habana (Cuba).Yander Zamora (EFE)

Desechadas la inteligencia y las enseñanzas de la historia, las coces de Trump sobre Cuba comenzaron con la denuncia de que una veintena de funcionarios de la Embajada en La Habana sufrían mareos, confusión mental y hablaban en arameo porque la dictadura había trastornado sus sentidos y razón con sonidos propagados por microondas: un sofisticado ataque acústico que no quedaría impune. Poco importó que las universidades de Berkeley, en California, y Lincoln, en el Reino Unido, demostraran que los zumbidos escuchados en las residencias diplomáticas correspondían al frotamiento de las alas esclerotizadas del grillo antillano durante el cortejo. El archivo de la distensión de Obama estaba servido. Al igual que la explosión del acorazado Maine fue el casus belli de EE UU para expulsar a España del Caribe, el ritual insectil justificó el endurecimiento del embargo para arruinar al vecino comunista, devolverlo a la lista de países colaboradores del terrorismo y perjudicar a Biden, que se estrena haciéndose esperar. Vuelta a empezar con el palo, la zanahoria y los ajustes tácticos de una apuesta a largo plazo que pretende el desarraigo revolucionario de Cuba y desarrollar el embrión de una alternativa moderada, cuyo nacimiento dependerá de que los ancianos de Sierra Maestra asuman las pantuflas.

La normalización bilateral anunciada el 14 de diciembre de 2014 se concretó año y medio después de conversaciones secretas, probablemente reanudadas por la Casa Blanca para proseguir el desafío planteado por Obama a Raúl Castro: la subversión ideológica de la sociedad cubana. La meta es la entrada de Friedman, Hayek y Chanel en el palacio de la Revolución con un plan y un calendario regulables: en lugar de amenazas, intercambios y ayudas para estimular las aspiraciones económicas y cívicas de los cubanos y transformarlas en exigencias políticas, en sindicatos y partidos.

Salvo que se acepte otra eternidad de penurias, el régimen deberá renunciar a la falsa disyuntiva entre socialismo y capitalismo y asumir los riesgos del emprendimiento privado y la libre asociación y expresión de ideas. Las rupturas radicales o la bomba nuclear sobre el comité central son ensoñaciones. Solo queda la solución interna desprovista de retóricas de guerra fría, represión e injerencias contraproducentes. Bienvenida la confraternización de EE UU con los grupos de debate cultural, las redes sociales, la atemorizada intelectualidad reformista y el activismo por los derechos civiles, políticos y laborales, constreñido a la marginalidad social o la cárcel. La defensa de las libertades es obligada aunque las reclame un imperio más concernido por la hegemonía planetaria que por los derechos humanos y la democracia, cuya vulneración ignora o bendice en los países aliados. Biden no abjurará del Destino Manifiesto ni pulverizará el embargo, pero es meritorio que acometa su contrarrevolución sin coces ni mala sangre.

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