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Columna
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De qué nos defendemos

Imagina que toda esa pasta dedicada al gasto militar fuera para una estrategia para luchar contra la pobreza, el cambio climático e investigar en la prevención y la cura de las enfermedades

Javier Sampedro
Militares franceses con armamento fabricado por la multinacional MBDA, durante una presentación en Versalles, el pasado mes de octubre.
Militares franceses con armamento fabricado por la multinacional MBDA, durante una presentación en Versalles, el pasado mes de octubre.BENOIT TESSIER (Reuters)

El presidente saliente de Estados Unidos, Donald Trump, ha hecho tambalearse la estrategia europea de defensa con sus retiradas de tropas y sus connivencias inconfesables con la Rusia de Putin, pero no es ni mucho menos el primero que ha exigido a Europa, o al menos a los 21 países europeos miembros de la OTAN, que cumplan su compromiso de dedicar el 2% del PIB al gasto militar. Curiosamente, solo Estonia, Letonia y Grecia llegan a esa cifra. Tal vez sean los que se sienten más amenazados, por alguna razón geográfica o de otro tipo.

Pero el caso es que en las guerras de Yugoslavia murieron 130.000 personas en cuatro años de masacre fratricida. Un solo año de pandemia ha causado un millón y medio de muertos en el mundo, y subiendo. Entonces ¿de qué nos estamos defendiendo? ¿De unos patéticos dictadorzuelos de opereta o de los demostrados asesinos virológicos que nos regala la madre naturaleza? Todo nuestro poder militar ha resultado inútil ante la escabechina en Siria, donde la guerra civil ha matado a medio millón de personas. Nuestro conocimiento científico, sin embargo, está salvando a mucha más gente que las mil maneras de hacer la guerra que hemos perpetrado durante 10 milenios de instinto asesino, por no hablar de nuestros ancestros homínidos, que no eran ningún bollito suizo. ¿Seguro que estamos haciendo lo correcto?

La Acción Preparatoria para la Investigación en Defensa (PADR, del inglés Preparatory Action on Defence Research) de la Unión Europea está financiando proyectos de camuflaje de alta tecnología (2,6 millones de euros), inteligencia artificial para detección de bombas, pistolas láser y drones militares (90 millones de euros en total), informa Nicholas Wallace para Science. La PADR será integrada el año que viene en el nuevo Fondo Europeo de Defensa (EDF), dotado con un presupuesto de 7.000 millones para siete años. El presupuesto de Estados Unidos, por supuesto, hace palidecer esa cifra con el nervio de los 80.000 millones de dólares (66.000 millones de euros) que dedica anualmente a la investigación militar.

Casi toda esa pasta es para instituciones de ciencia aplicada como la Sociedad Fraunhofer de Alemania, firmas de ingeniería como la francesa Thales o fabricantes de armamentos como MBDA, una puntera multinacional de misiles europea. Los presupuestos se revisan anualmente, y los analistas predicen que incluirán en los próximos años la inteligencia artificial y nuevos materiales, siempre con la intención de dañar a un enemigo hipotético.

Llevamos tanto tiempo, tal vez unos 80 años, asumiendo esa estrategia de defensa, enteramente destinada a la guerra, que ya la consideramos tan inevitable como una catástrofe natural, tan parte de nuestra familia como el allegado número 11. Pero eso no es así en absoluto. Imagina que toda esa pasta se dedicara a una estrategia racional y eficaz para luchar contra la pobreza, mitigar el cambio climático e investigar en la prevención y la cura de las enfermedades invalidantes que afligen al mundo. Es probable que esa estrategia evitara más conflictos que el último modelo de misil o de arma destructiva que, tarde o temprano, acabará en manos de un psicópata con el poder suficiente para masacrar a su propia población. Qué mundo.


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