‘CH, Niuyork’
Me temo que Carolina Herrera no capta que las mujeres, y el mundo, han cambiado, pese a que el suyo sea perfecto
Hace muchos años, siendo joven y osada, pasé una tarde haciendo de dependienta en una tienda de Carolina Herrera para un reportaje de firmas de lujo. El carné de periodista fue mi visado para acceder a ese paraíso vedado fuera del periodo de rebajas. Era joven y osada, sí, pero no tenía ni la solvencia ni la herencia genética ni el aplomo necesario para pasearme por ese trasunto de apartamento neoyorquino, lleno de prohibitivos modelazos, y salir sin nada. Un viajazo, ya digo. Con todo, lo que más me chocó fue que, en ese mundo opulento, lo ordinario era el dinero. Quien atendía a las señoras no les cobraba, y la caja estaba escondida tras un torno de convento bajo el que alguien hacía el trabajo sucio sin romper el encanto. Se trataba, supongo, de mantener el misterio para unas pocas elegidas y después forrarse a vender perfumes y gafas de sol a millones de aspirantes a la ilusión de pertenecer a esa élite por la vía de llevar la CH del logo encima. El hechizo funcionaba. Hasta ahora.
Ya ha empezado la turra navideña de anuncios de perfumes y, aparte del Loulou, c’est moi, el Sì, de Armani, y el I am Chloé, ya resuena el Caroulina Heurrera, Niuyork que muchas identificábamos con esa cosa tan indefinible llamada clase. Pero, justo en estas, alguien ha resucitado una vieja entrevista de Herrera, la elegantísima dama de 81 años que creó el imperio, en la que afirma que, personalmente, no ve fino llevar vaqueros, ni biquinis, ni pelo largo pasados los 40. Y, claro, se le ha echado encima una legión de potenciales clientas, de cuarentonas a octogenarias, restregándole sus estilosas melenas por su estirado cutis. Creo que doña Carolina está desolada. Que ni se acordaba de la entrevista. Que no sabe cómo desfacer el entuerto. Que no entiende la que se ha liado, y yo la comprendo, aunque lo que me temo que no capta es que las mujeres, y el mundo, han cambiado, pese a que el suyo sea perfecto.
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