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El nuevo ministro del Supremo de Bolsonaro sorprende con su defensa de la laicidad del Estado

Más que terriblemente evangélico, el nuevo magistrado Kássio Nunes Marques debe ser terriblemente fiel a la Constitución

El nuevo magistrado del Supremo de Brasil, Kássio Nunes Marques, en una imagen de archivo.
El nuevo magistrado del Supremo de Brasil, Kássio Nunes Marques, en una imagen de archivo.Ascom/TRF1
Juan Arias

El presidente Jair Bolsonaro había anunciado que el primer nombramiento de un nuevo magistrado del Supremo sería alguien “terriblemente evangélico”, lo que creó preocupación dado que Brasil, por Constitución, es un Estado laico. El nuevo ministro del Supremo, Kássio Nunes Marques, sin embargo, sorprendió en su actuación en la Corte Suprema el pasado día 24 al defender con énfasis la laicidad del Estado, que debe respetar todas las confesiones religiosas por igual sin identificarse con ninguna.

Según Nunes Marques, “la laicidad del Estado no significa Estado ateo sino Estado de todas las religiones y de religión alguna”. Y añadió que “el hecho es que el Estado no debe privilegiar alguna religión y que el mantenerse neutro no significa mostrar postura hostil o impeditiva de religiosidad”.

La postura impecable del nuevo magistrado en la defensa de la laicidad del Estado contrasta con la idea casi obsesiva de Bolsonaro desde que era un simple diputado cuando defendía que el Estado brasileño no es laico sino cristiano. “Dios encima de todo. No quiero esa historia de Estado laico”, gritó durante la campaña electoral y añadió en el Congreso que “el Estado es cristiano y la minoría que esté en contra que se mude. Las minorías deben inclinarse ante las mayorías”.

Nos es ilógico pensar que el sueño de Bolsonaro y de los pastores evangélicos, que tienen ya tres partidos propios en el Parlamento y están presentes en otros 16 de ellos, es el de cambiar la Constitución para eliminar su laicidad y cambiarla por la Biblia, para crear una especie de República islámica.

Y el sueño de los evangélicos, que son más el 30% de la población, fue siempre el de tener un presidente de ellos. Hasta ahora solo han conseguido que un diputado, el pastor Marco Feliciano, presidiera la importante Comisión Parlamentar de los Derechos Humanos. El pastor Silas Malafaia, de la Asamblea de Dios Victoria en Cristo, ya había profetizado que “era voluntad de Dios que llegara a la presidencia un evangélico”.

Con Bolsonaro lo han conseguido solo a medias ya que en verdad fue siempre católico y se hizo rebautizar en la Iglesia Evangélica por cálculos electorales ya que esas iglesias poderosas mueven millones de votos bajo el lema “el hermano vota al hermano”.

Todos los presidentes hasta ahora en las campañas electorales han tenido que rendirse a los evangélicos y arrodillarse a pedir su bendición incluso cuando se trató de la candidata agnóstica Dilma Rousseff, escogida por Lula para sustituirle. Dilma se vio obligada, para no perder los votos de los evangélicos, a enviarles una carta comprometiéndose a no tocar la ley contra el aborto durante su mandado. Dilma fue elegida y fue fiel a su promesa.

El diputado Feliciano, que había sido monaguillo a los 13 años en la Iglesia Católica y se convirtió al evangelismo cuando consiguió salir del mundo de las drogas, hoy es un evangélico que llega a decir que “los católicos adoran a Satanás y tienen sus cuerpos entregados a la prostitución”.

En Brasil el reino de Dios es cada vez más de este mundo. Las iglesias evangélicas y pentecostales actúan cada vez más como un Tea Party a la brasileña.

El pastor Feliciano que dirige una de las Iglesias más importantes llegó a decir que los africanos “cargan con una maldición divina desde los tiempos de Noé”, lo que les hace “ser negros y pobres”.

Es pronto para saber si el nuevo ministro del Supremo se mantendrá firme en la defensa de la Constitución y del Estado laico. Y es aún difícil saber lo que Bolsonaro ha pensado de la defensa de la laicidad del Estado hecha por su magistrado “terriblemente evangélico” . Como es pronto saber si, cuando se trate de asuntos que toquen el delicado tema de las acusaciones de corrupción de la familia de Bolsonaro, el nuevo magistrado seguirá siendo consecuente con su juramento de defender la Constitución en vez de ser un lacayo del presiente que lo escogió a dedo.

Para no caer en el pesimismo prefiero pensar que el presidente ha quedado defraudado con su nuevo ministro y que este preferirá no ensuciar su carrera de alto jurado de la Corte Suprema y, como acaba de expresarlo, ser fiel a la Constitución.

Prefiero pensar que esa defensa abierta de la laicidad del Estado sancionada por la Constitución seguirá estando en consonancia con la independencia que debe tener todo magistrado del Supremo, algo que no siempre ha sido así, ya que ha llevado no pocas veces a relaciones espúreas entre algunos magistrados y el mundo político, al que tantas veces se han doblegado traicionando la importante separación entre las instituciones que deben ser independientes como exige la Constitución.

Más que terriblemente evangélicos los magistrados del Supremo deben ser terriblemente fieles a la Constitución sin trapicheos políticos que acaban denigrando la Carta Magna de los brasileños.

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