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Columna
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Peligro hasta el último minuto

Trump todavía puede intentar amnistiarse a sí mismo para evitar caer en manos de la justicia. Y hasta el 20 de enero, ¡cuidado!, seguirá siendo el comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo

Lluís Bassets
Donald Trump durante un evento en la Casa Blanca, en Washington.
Donald Trump durante un evento en la Casa Blanca, en Washington.Susan Walsh (AP)

Al fin ha empezado la transición. Sin el imprescindible simbolismo de la llamada del perdedor al ganador y la invitación del presidente saliente al electo para reunirse en la Casa Blanca. Donald Trump no podría soportarlo. Tiene dos razones para su interminable rabieta. Una, subjetiva, como es su visceral negativa a admitir la verdad amarga de su derrota. La otra, estratégica: para negarle la legitimidad a Joe Biden desde el primer día.

Estados Unidos se queda sin el gesto de deportividad que certifica la buena salud de su democracia, pero la razón se ha impuesto al fin y, aunque siga la pataleta presidencial, el nuevo equipo cuenta ya con edificios, presupuesto y acceso a la información reservada, para empezar a gobernar sin tener todavía el Gobierno. Biden no se ha hecho esperar para hacer los primeros y más significativos nombramientos.

Con Antony Blinken como secretario de Estado, apuesta por el multilateralismo y la amistad con los aliados europeos. Situar a John Kerry como enviado especial para el clima es adelantar el regreso al Acuerdo de París. Alejandro Mayorkas en seguridad interior es la impugnación de la política de fronteras trumpista y la recuperación de la apertura hacia Cuba. Con Yellen emite una poderosa señal sobre la consistencia económica del cambio. No es el tercer mandato de Obama, dice Biden, pero todo su equipo sale de los equipos de Obama.

La transición se ha demorado 20 días, menos que en 2000, cuando el pleito entre George W. Bush y Al Gore sobre el escrutinio en Florida la retrasó 36. La dilación contribuyó en aquella ocasión a acrecentar los riesgos de seguridad, según la comisión de investigación de los atentados del 11-S de 2001. Este ha sido uno de los argumentos que ha terminado haciendo mella en la resistencia numantina de Trump.

Sus márgenes para obstaculizar a su sucesor se están reduciendo a ojos vista. Pero no han desaparecido, especialmente en la región del mundo donde su acción ha sido más decisiva. Lo demuestra su propuesta infructuosa de un ataque con misiles a las instalaciones nucleares de Irán. Ahora está intentando obtener el reconocimiento diplomático de Israel por parte de Arabia Saudí antes de despedirse como presidente.

La última gira de su secretario de Estado, Mike Pompeo, diez días pisando todos los callos desde Francia hasta Arabia Saudí, exhibe la voluntad de dar guerra hasta el último día. Pompeo ha visitado los territorios ocupados de Cisjordania y el Golán, donde ha anunciado que Washington reconocerá los productos salidos de las colonias ilegales como made in Israel, en contradicción con la legalidad internacional. También se ha reunido con Netanyahu y el príncipe Mohamed Bin Salmán en una cumbre tan secreta como insólita.

Se engañarían quienes pensaran que a Trump solo le queda el poder de perdonar a los dos pavos del Día de Acción de Gracias. Todavía puede intentar amnistiarse a sí mismo para evitar caer en manos de la justicia. Y hasta el 20 de enero, ¡cuidado!, seguirá siendo el comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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