Depresión
A las personas, sorprendentemente, les gusta ser quienes son, incluso cuando son lo que no quieren
Padecí una tormenta cerebral y no sabía qué día era. Le pregunté entonces al día: ¿qué día eres, día? Pero no abrió la boca porque los días no tienen ni idea de cuándo son miércoles o jueves, los días lo ignoran todo acerca de sí mismos. Si los cambiáramos de nombre o de lugar, les daría lo mismo. Intenta en cambio tú llamar Joaquín a aquel de tus hijos que se llama Roberto o viceversa. Entrarían en cólera. No me confundas, te dirían. En las discusiones personales se emplea mucho esta frase: “No me confundas”, porque a las personas, sorprendentemente, les gusta ser quienes son, incluso cuando son lo que no quieren. De ahí que la defensa a ultranza de la autoestima nos parezca tan cuestionable.
¿Por qué en aquel estado de niebla mental sólo intentaba averiguar qué día era? Tal es el misterio. No sabía quién era yo, pero necesitaba saber en qué día vivíamos. Hasta tal punto estamos marcados por el ritmo musical de la semana, que tiene algo de corrido mexicano, pues cuenta una historia con exposición, nudo y desenlace. El desenlace, con frecuencia, es fatal. Tendríamos que averiguar cuántos ancianos mueren en domingo y cuántos bebés nacen el lunes para ver si el argumento de la semana influye en la venida al mundo y en su salida de él.
Al final, en medio de esa borrasca de neuronas a la que me refería al principio de estas líneas, alguien me informó de que era jueves: justo el día en el que envío al periódico la columna que se publica el viernes y por la que usted, si he tenido suerte, estará descendiendo en este instante. Sépalo, en fin, por si se ha levantado confundido o absurdo como yo: es viernes. Viernes. Al día le da igual ser esto o lo otro, pero a nosotros, a menos que estemos muy deprimidos, no.
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