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Combat rock
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El “estilacho” personal de gobernar

Casi 67.000 mexicanos han sido asesinados y casi 100.000 más han fallecido por causa de la epidemia de la covid-19, pero a López Obrador le preocupa más la Conquista y el penacho de Moctezuma

Antonio Ortuño
López Obrador durante la conferencia de prensa del viernes.
López Obrador durante la conferencia de prensa del viernes.Mario Guzmán (EFE)

El historiador y economista Daniel Cosío Villegas llamó, con elegancia, “estilo personal de gobernar” a la colección de incongruencias, taras, manías, obcecaciones y abiertas idioteces en que incurrió el presidente Luis Echeverría, quien gobernó México en el sexenio comprendido entre los años 1970 y 1976.

La tesis de Cosío Villegas era que en un país en que el poder se concentraba tan absolutamente como en el nuestro y en el cual las ideas y apetitos de un solo hombre pesaban más que el interés público, ese “estilo” terminaba por permear la administración y las instituciones y se convertía en el alma del sistema político.

Por si alguien lo ha olvidado (o es demasiado joven para recordarlo), Echeverría comenzó su periodo con promesas de apertura democrática y reformas. Intentó convertirse en líder y vocero del Tercer Mundo y fracasó en el empeño. Detestó la crítica y a los medios al grado de promover el “golpe” contra el Excélsior de Julio Scherer. Toleró tan mal las protestas callejeras que en su gobierno ocurrió la represión violenta del “Jueves de Corpus”. Y, claro, acabó por sumergir al país en una profunda crisis económica, luego de años de estabilidad (esa estabilidad, por cierto, fue la excusa con que los defensores del sistema justificaron la represión de los jóvenes, los sindicalistas y los campesinos, y minimizaron el malestar de los empresarios y la clase media en general).

A partir de aquella visión primigenia de Cosío Villegas es posible entender la importancia del “estilo personal” en la ola de desastres que provocaron Echeverría y sus sucesores. El presidencialismo no comenzó a ser acotado sino en 1997, con el primer congreso con mayoría opositora. Y no ha sido plenamente restaurado todavía, aunque los esfuerzos del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, estén puestos en consumar el regreso a la presidencia todopoderosa de tiempos del PRI.

Porque, a semejanza de lo que ocurría en tiempos de Echeverría, no hay un ideario consistente detrás de las políticas del gobierno en turno. Lo que hay es algo que, debido a sus rasgos caricaturescos y autoparódicos, podría ser descrito, con permiso de la memoria de Cosío Villegas, como “estilacho personal”. Veamos algunos ejemplos. ¿Al presidente le gusta el beisbol, un deporte que en México nunca ha sido mayoritario? Ah, pues se abre una oficina presidencial para promoverlo y se le asigna una buena rebanada de presupuesto, mientras áreas como la salud pública, la protección a mujeres violentadas o la ciencia sufren recortes brutales. ¿Al presidente le cae muy bien su homólogo estadounidense Donald Trump? Ah, pues su gobierno se niega a felicitar por su triunfo electoral a Joe Biden, a pesar de que la inmensa mayoría de gobiernos del planeta lo haya hecho ya, y de que las acusaciones de Trump de haber sido víctima de un fraude no se sostengan.

Casi 67.000 mexicanos han sido asesinados en lo que va del sexenio y casi 100.000 más han fallecido por causa de la epidemia de la covid-19, pero al presidente le preocupan más otros temas, como exigirle reiteradas disculpas a España por la Conquista de 1521. O como solicitarle a Austria que nos regrese un penacho que, presuntamente, Moctezuma II le mandó como obsequio al Emperador Carlos I (a quien los chocolates y las cuentas de monarcas sacro-germánicos llaman Carlos V). ¿Hay alguna idea política detrás de estos despropósitos? ¿O solo hay mucho “estilacho”?

Y el “estilacho”, como previó Cosío Villegas, impregna también a todos aquellos que siguen a su instaurador. Si el presidente es incapaz de respetar a cualquiera que no se le cuadre, y no deja pasar día sin tachar de “corruptos” y “conservadores” a los que le hacen reclamos (lo mismo le da si son feministas, hartas de la inacción e ineptitud oficial para frenar la violencia contra las mujeres, que académicos, científicos, o ciudadanos de a pie que ven cómo les llega el fuego a los aparejos), pues sus acólitos se consideran obligados a seguirle el paso. Por eso la comunicación del gobierno, sus secretarios, sus partidarios y sus personeros consiste casi exclusivamente en ofensas, descalificaciones, diatribas y regaños. Es el gobierno retóricamente más violento de la historia contemporánea de México.

Y todo hace presagiar que ese “estilacho” rijoso, que emprende cruzadas absurdas en vez de enfrentar los problemas reales y no busca otra cosa que instaurar la voluntad de un solo hombre, seguirá allí. Aún le quedan cuatro años de poder (si no se les ocurre que necesitan otros seis para “consolidar los cambios” y le parten el espinazo a la Constitución para permitir la reelección presidencial). Total: parece que el “estilacho” llegó para quedarse entre nosotros otro buen rato.

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