Democracia solo a conveniencia
Ya lo dijo Churchill: la democracia es el más defectuoso de los sistemas hasta que se le compara con los demás
Las trampas en la democracia son tan viejas como la democracia misma. Los griegos (y los romanos, que los siguieron hasta en eso) ya denunciaron compra y venta de votos, enjuagues en los recuentos, abundancia de recursos irregulares en las campañas, etcétera. Polibio y Tito Livio, entre otros, lo registraron de sobra en sus escritos.
Los mexicanos no necesitamos que nadie nos explique las consecuencias de no confiar en los procesos electorales: nos ha salido en una fortuna (o, mejor dicho, en varias, porque ha sido un trabajo de años y de muchos presupuestos) crear un Instituto ciudadano que organice y vigile nuestras elecciones y, de todos modos, un porcentaje sustancial de la población no confía en ellas ni cree en sus resultados.
Con la democracia sucede siempre lo mismo. Ya lo dijo Churchill: es el más defectuoso de los sistemas hasta que se le compara con los demás. Basta con ver los resultados unánimes de las elecciones en los regímenes autoritarios para extrañar la más accidentada votación libre. Y no hablemos de donde ni siquiera se puede votar...
Estas vulnerabilidades de la democracia permiten que se abran paso en ella muchos que solo están dispuestos a aceptar las reglas del juego si les favorecen. Tipos, por lo general, autoerigidos como líderes iluminados, que se declaran poseedores del apoyo del pueblo antes incluso de que el pueblo se pronuncie al respecto en unas urnas y que no están dispuestos a reconocer otro resultado que no sea su triunfo.
Acabamos de tener un ejemplo espléndido de ello en las elecciones para presidente de los Estados Unidos. El mandatario Donald Trump, quien sorprendió al resto del planeta cuando venció a la favorita Hillary Clinton, en 2016, esta vez fue derrotado en las urnas por Joe Biden, pero no quiere reconocerlo. Poco le importa que todas las encuestas serias dieran a Biden como el más factible ganador, que sus recaudaciones para la campaña fueran muy superiores a las del mandatario (esto es un buen indicador, porque los donadores no le meten dinero a los que no tienen oportunidades) y que, de hecho, obtuviera casi cuatro millones y medio de votos directos más, además de un margen de apoyos considerable en el colegio electoral. Nada: Trump sostiene que ganó y se dice víctima de un fraude por culpa del voto por correo, que favoreció a su rival en porcentajes tremendos.
Vaya rosario de incongruencias: el presidente del país más poderoso e influyente del mundo se dice timado por una conspiración de la que no presenta pruebas y que se produjo solamente en los estados donde resultó superado por pequeños porcentajes (voto por correo hubo en todos los estados, claro, porque mucha gente quería evitar las filas y la posibilidad de contagiarse de covid, pero Trump solo considera el proceso intachable donde ganó).
Uno, de hecho, podría pensar que si desconfiaba tanto del voto por correo, Trump no debió, para empezar, votar de esa manera, como lo hizo, sino acudir a una casilla… Pero nada: la campaña del presidente ya ha presentado toda clase de demandas y recursos en los estados que le dieron el triunfo a Biden. Curioso: hace cuatro años, cuando ganó por márgenes incluso más estrechos en las votaciones de esos sitios que hoy le dieron la espalda, no hubo demanda alguna ni el voto por correo fue cuestionado.
El berrinche de la derrota, pues, está que arde. Lo cual demuestra que las convicciones democráticas de Trump son nulas. Si la democracia no le sirve de escalera al cielo, colige que no sirve para nada. ¿Le suena a usted conocido este tipo de pensamiento y acciones? Seguramente. Es que hay muchos Trump sueltos por ahí.
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